martes, 18 de marzo de 2008

Pies atentos




Cuando Juanita Retina echa de menos sus ojos es ya casi el amanecer. Tras una noche de retén en el hospital donde trabaja como limpiadora, Juanita llega a su casa, se mira y no ve sus ojos en el espejo del recibidor.

Quien esto cuenta no es un gilipollas. Si no tiene ojos ¿cómo puede la tal Retina saber que no los lleva en la cara? Y es que los ojos no sólo sirven para mirar, con ellos cerrados podemos hasta acariciar los senos de la luna. Pero Juanita esta mañana al ir a restregarse sus ojeras nota que adonde antes estaban sus ojos, ahora sólo hay un fondo vacio como un capazo sin nada.

Llevada por la rutina de muchos años de trabajo Juanita Retina vuelve al hospital para ver si se dejó allí sus ojos sin darse cuenta. Busca en la ventana donde por última vez estuvo mirando el lucero del alba. Nada. Allí no están. O los ha perdido o se los han robado sin darse cuenta. No me extrañaría nada. Los ojos de la Juani están de muy buen ver.

Juanita vuelve a su casa. Piensa que tal vez sus ojos quedaron enredados en las flores de aquel galán de noche que luce aromas etílicas en el jardín de urgencias. Está agotada. Intenta dormir, pero no puede. No puede cerrar unos ojos que no tiene. Se quita los zapatos. Al menos podrá relajarse en el sofá. Se quita también las medias. Juanita Retina tiene la costumbre de acariciar sus pies cansados antes de acostarse. Y es en este momento cuando descubre que sus ojos le miran desde la planta de sus pies atentos.