martes, 11 de marzo de 2008

Cuartas nupcias


Soy rabo de lagartija. Mosca cojonera que va de aquí para allá. No paro ni un momento. Es la cuarta vez que me caso. Y quisiera que ésta fuera la última. No soy una estrella de cine. Me considero normal, un fresador mecánico que llega ajustado a final de mes, un ciudadano corriente que vota cada cuatro años. La única diferencia es que nunca gana el partido que yo elijo.

Estoy cansado de cambiarme de cama, perfumes distintos, otro el color de las camisas, caras desconocidas en las paredes del salón, otras cortinas, fines de semana diferentes, nuevos amigos, otros cuñados, hijos que no son míos, escuchar junto a mis labios otros latidos, historias: las mismas, con personajes diversos.

Lo escondido de esta cuarta mujer me lleva loco. Descubrir sus intimidades ocultas es una expectación absorbente que me tiene en vilo, me arrebata el seso. Olvidé muy pronto que con las otras me ocurrió lo mismo. Ese mutuo regocijo de dos enamorados que juegan al escondite, ese incitado striptease de encontrar tras el fino y traslucido encaje un sabor jamás libado.

Y es en el cenit de este juego, en la caída del telón, esos velos transparentes que me muestran la bendita locura de mi nueva mujer, cuando precisamente mi ilusión se viene abajo. Y de nuevo enfangado en una próxima conquista. Pues para mí el querer es buscar tras lo tapado lo desnudo del amor. Y cuando por fin lo encuentro, a otra cosa mariposa. Y ¿qué es lo que palpo? No quiero por cuarta vez cosechar mi insatisfación repetida.

Quiero sentar la cabeza, fijar mis pies en la tierra. Quiero que esta mujer sea la última o lo que es lo mismo, la primera, todas. A ver si aprendo definitivamente que tras el cuerpo de ella me aguarda el alma de todas.

Quiero ser ese olivo plantado a la vera del sendero, ver verano tras invierno como crece la luna entre mis brazos abiertos, que mis raíces se extiendan, se agranden, no perder nunca el entronque con la cepa noble que lo mantiene adherido de por vida a la oquedad de este suelo.