miércoles, 27 de febrero de 2008
Aracataca *
Prendías la cola de tu pelo con una diadema de flores vivas. Más que hermoso, eras instintivo, natural, espontáneo, dotado de esa belleza que no precisa de adornos. Tus ojos del color del alba, y tus labios el mejor beso de un amanecer de marzo.
Te miré y sin conocerte de nada tu estampa y el tono de tu voz me cautivaron. Al verme me dijiste “hola”. Y en expresión tan corta pude leer la infinita combinación de todas las letras del abecedario. Eras joven y olías a leche, ese señuelo sabroso que sacia la bulimia del lector más compulsivo. También sabías a melocotón, a plátano y a toda la gama sagrada de los aromas de la razón, la imaginación y el sentimiento.
Me diste la mano y sentí en la mía una vibración mágica que llenó de música la caja sorda de mi cuerpo analfabeto.
Luego me hablaste de tu loca manía de encontrar más allá de la tierra, los mares y el cielo el significado de tu nombre.
Te pregunté:
"¿Cómo te llamas?"
“Aracataca” –me contestaste.
Y fue entonces, al oír apelativo tan quebrado, cuando las exquisiteces que segundos antes me habían embriagado, se ausentaron espantadas.
Y al verme tan venido abajo me advertiste:
"El amargor de la corteza de una palabra no tiene nada que ver con el gusto a flor que sale de sus adentros".
* Los vecinos de Aracataca, el municipio de
calles polvorientas donde nació y creció el
Nobel de literatura Gabriel García Márquez,
rechazaron en votación organizada por el
alcalde adoptar el nombre de Macondo el pueblo
de Cien años de soledad.