Lo que me unía a ti era precisamente lo que más me separaba...
“¿Y con quién, cariño, me voy a pelear yo ahora?” -te dije cuando me abandonaste aquella mañana de escarcha.
No siempre el cariño une. A veces ata y mata, distancia y miente sobre todo cuando uno confunde violencia y ternura, egoísmo y generosidad, amor y pertenencia. Y es que la urdimbre de mi amor era tan compleja que andaba mezclado como mi esperma entre el excremento y la orina.
El cemento fragua en verano y con el frío se resquebraja. El duro invierno rompió el dulce lazo que trenzamos… Y su encanto se desató para siempre cuando te di un guantazo aquella noche que llegué más borracho que una cuba después de que padre me echara de casa por robarle a madre su anillo de boda para canjearlo por mezcalina...
Mis iras están ahora mejor abrigadas aquí en la lóbrega soledad del módulo tres de la cárcel de tu justicia.
Mis arremetidas eran el sustento diario de nuestro trato. Y me excitaba como un loco hasta estrangular aquel primer beso del carnaval del río de nuestras vidas idílicamente estrenadas con una paliza más sin venir a cuento...
¡Hasta aquel bendito día que por fin me denunciaste y se te quitaron las ganas de comer de mis torturas! Y me dijiste:
“Ahí te quedas, me voy para siempre, no quiero que me salpique tu mierda, ni que me engañen tus falsos arrepentimientos.”
No trato con estas letras de alcanzar tu perdón. Te juro que mis manos no volverán a tocarte, ni mis ojos ensuciarán más las aguas inocentes del lago transparente de tu mirada...”
(Extracto de una carta ficticia encontrada junto al cadáver
imaginario de un recluso el mismo día negro
(26.Febrero. 2008) que cuatro mujeres fueron
asesinadas en nuestro país a manos de sus parejas.)