sábado, 26 de enero de 2008

Vida sintética


"El equipo científico del investigador estadounidense Craig Venter ha conseguido fabricar el genoma completo de un organismo vivo, una bacteria, que esperan sea el primer paso para crear vida artificial."
(REUTERS)

Los niños de la calle lo llamaban “Percherito”, pero su verdadero nombre era Aniceto Micoplasma. El pequeño Anicetito era zancudo y patizambo. Daba pena verlo andar a trompicones, parecía un comprimido con patas.

Percherito no era hijo de su madre, ni de otra mujer cualquiera, sino de un científico que lo engendró en el vientre de una probeta esterilizada allá en un laboratorio del Primer Mundo. Y así fue como sus padres, gente corriente y moliente, pero alérgicos los dos por igual al rozamiento carnal, lo trajeron al pueblo liado en una caja de medicamentos un lunes de cuaresma al regresar de un crucero por las mil y una islas de la Polinesia después de haber pagado por el compuesto farmacéutico de Aniceto casi un ojo de la cara.

Los primeros meses de vida Percherito los pasó metido en una burbuja plastificada a base de biberones de ácido ribonucleico, un compuesto químico de nitrógeno y fosfato mezclado con leche de soja artificial.

Luego conforme fue creciendo sus amigos no sabían que Percherito en lugar de comer espaguetis, patatas al ajillo y habichuelas con chorizo como todo hijo de vecino, se alimentaba básicamente de un puré derivado del petróleo, y de postre: natillas de maicena con dióxido de carbono.

La vida de Percherito transcurría sin incidentes. Un poco lameculo sí que era. Se comportaba automáticamente, cual sabia respuesta a un impulso, un mono de feria en manos de su domador putativo. Así fue como Aniceto el Percherito consiguió ser el número uno de su promoción de primaria.

Y ya sabemos de la crueldad inocente de la tosca chiquillería. Los compañeros de Percherito nunca entendieron que el desarrollo motórico de Aniceto, sus andares patizambos, fueran por detrás de su inteligencia ilustrada.

La misma tarde que a Percherito le impusieron la laureada medalla como alumno destacado, sus condiscípulos lo acorralaron al salir de la ceremonia académica, de media y vuelta lo pusieron y le dijeron de todo: pejigueras, caraculo, tonto el lápiz, chorlito, gilipollas.

Con parsimonia ansiolítica y talante barbitúrico Aniceto Micoplasma afrontó cual santo patriarca atiborrado de pastillas las insidias de sus envidiosos compañeros.

Pero cuando lo llamaron “bacteria” al Percherito se le reventó el saco de la paciencia y allí mismo en medio de todos se bajó los pantalones y de una llamarada de biocombustible energético que salió de sus adentros en un santiamén los carbonizó a todos.