jueves, 24 de enero de 2008

Gafas negras




Te confundí de nombre, pero no tu aspecto. Pregunté por ti en Información. La recepcionista enarcó las cejas y con ojos extrañados me dijo que nadie que se llamara así se encontraba en aquel hospital. Por el tono inequívoco de su voz comprobé que no mentía, ni trataba de esquivarme, simplemente que mi referencia no coincidía con sus datos. Con todo la administrativa sacó el libro de ingresos de la estantería, y línea a línea con su dedo índice fue repasando toda la lista de enfermos. Cuando llegó al último renglón de nuevo levantó sus cejas y me repitió:

“Lo siento, señora, pero nadie con esos apellidos se encuentra ingresada en este Centro”.

Puede que olvidara como te llamabas, pero no tu rostro. Nadie se olvida de alguien con quien ha convivido la mayor parte de su vida. Compartí la misma celda contigo, nos tapamos con la misma manta, soñamos el mismo sueño, comimos del mismo plato. Tal vez aún conservaras tus manías de protegerte con nombres supuestos, papeles falsos, tus fotos trucadas.

“La mujer a quien busco no es muy alta, tiene el pelo negro, alisado y suele llevar un pañuelo gris con el que protege su cuello.”

Y de nuevo el arqueo de las cejas pulidas de la recepcionista:

“Comprenderá, señora, que con pistas tan genéricas me es imposible ayudarle.”

Hice un esfuerzo por recordar un rasgo característico, un distintivo tuyo que te diferenciara como ser irrepetible del resto de los mortales. Todas las personas tenemos un vicio o una cualidad que nos hace únicos, originales: esa verruga en tan inoportuno sitio, los dientes ralos, una oreja más subida que la otra, las uñas de las manos achatadas, una seductora sonrisa, el melodioso timbre de esa voz inconfundible, el típico carmín de labios. Repasé tu fisonomía y la verdad que me sorprendí de mi escasa y torpe agudeza. Y es que la cotidianidad de haber pasado tanto tiempo juntas me impidió darme cuenta de tu peculiar manera de ser.

Hay quienes con sólo ver una sola vez la cara de una persona (será por eso) jamás la olvidan; y yo que había pasado toda una vida encerrada entre las mismas cuatro paredes contigo, no recordaba nada.

La chica de Información estaba por ayudarme y dijo:

“¿Al menos sabrá usted la razón por la que esa mujer que busca con tanto empeño ha sido internada en nuestro hospital?"

Esa pregunta trepanó aún más mi memoria. Las puertas que me podían llevar a ti eran precisamente las que más me impedían reconocer tu cara.

De pronto me acordé de aquellas gafas negras con las que acostumbrabas esconder tu mirada. Y le dije a la enfermera:

“La mujer que busco lleva precisamente una cara que no es la suya”.

Esta vez las cejas de la recepcionista al ver mis lentes ahumados se alzaron en señal de alegría.

“¡Acabáramos, señora! Por lo que me cuenta la mujer que busca no es otra que usted misma, ¡pase que la esperan en el quirófano de cirugía plástica!”