
Con sus tallos acartonados y raíces resecas el IPC se moría de sed. Soñaba que era un pirómano bombero calcinado por las llamas de un Wall Street volatilizado. Rápidamente se levantó de la cama. Sus labios yermos y agrietados y esa imagen desesperada y onírica en medio de un desierto de vértigos y demandas le llevaron compulsivamente al frigo. Cogió la botella y allí mismo a morro el IPC se bebió de un golpe casi mil litros de agua de la reserva federal.
Y al momento su estómago se hinchó hasta alcanzar el tamaño de un globo gigante, un zepelín de esos que utiliza la publicidad en las grandes aglomeraciones deportivas. Y vióse el IPC cogido de su voluminosa barriga por encima de nubes y tejados. La Bolsa en alza. De ser un insignificante matojo de billetes con pérdidas superiores al dos por ciento pasó a tutearse con aves de subida cotización y vuelo más allá de los tres mil puntos.
En un principio sintió un placer inmenso. Estar sobre todas las cosas, esa ascendencia y olímpica alcurnia sólo es comparable con el refulgente respirar de las estrellas. Y el IPC se regodeó con el mandamiento capitalista, aquel “creced y multiplicaos, trabajad y consumid, malditos, por encima del tres por ciento".
Pero muy pronto el placer de sentirse Dios en las alturas se transmutaría en terrible caos. El aerostático de su cuerpo metalizado no paraba de agrandarse. De seguir hinchándose de aquella manera tan voluminosa como insostenible el Big Crunch, el gran colapso económico irrumpiría en sus presupuestos y el pobre IPC reventaría como una rana atragantada de gloria. Paradojas de la cosmología y también de la historia y de la naturaleza.
El camino que nos lleva al crecimiento es el mismo que nos conduce a la recesión. El macho de la amanti religiosa es decapitado por su hembra en plena orgía.