viernes, 4 de enero de 2008
Carta a los reyes magos
Gemayel se levanta y mira la calle. Los tejados de enfrente están cubiertos de nieve. La lumbre de la cocina, la tibieza de la estancia, la nostalgia del ayer le devuelven a Gemayel aquella infancia que muy pronto se le derritió sin darse cuenta en las palmas de aquellos años de tebeos y escondites alrededor de la mezquita. Antes de contar tres, este hombre ya tiene mujer tullida en la cama, un hijo con trastornos bipolares y una hipoteca de doscientos shekels al mes.
Hace frío y la casa huele a leña, a fogón y a lágrimas encendidas. Las llamas bajo el puchero saltan y juegan, mienten y escriben en el culo arretestinado de la olla una carta a los reyes magos. Lumbres que dudan, que se consumen, engañan, palabras que nunca le trajeron a Gemayel esa silla de ruedas que todos los años le pide al negro de Baltasar para su mujer sin caderas, que las perdió allá por los ochenta en la matanza de Shatila.
Gemayel mira el fuego y llora la olivera de sus sueños quemada. Su niña Fátima, se quedó sin Sayyida su muñeca de trapo porque a su padre le encontraron una piedra en la guantera del coche. Un tanque demolió la casa.
Otro niño ayer también le pidió al rey negro un bocadillo con dátiles y hoy ha sido encontrado muerto en Gaza junto a una palmera tras un enfrentamiento armado.
No es bueno mentir a nadie, pero es perverso prometerle a un niño que un rey le va a dejar debajo de su cama un patinete que vuela, una democracia empanada y luego al día siguiente lo encontramos muerto tras una emboscada entre hermanos y a su madre aplastada sin sus caderas por una maldita bomba.
Un día el pequeño Gemayel le pidió al viejo pascuero una onda y un par de guijarros para ahuyentar a los abejorros que le picaban en las orejas a la muñeca de su hermana. Este niño está enterrado y el tirachinas de ayer hoy es un carro de combate en manos de gente mala.
En la cocina las llamas del fuego escriben cartas de humo a unos reyes impostores. La nieve no es blanca, tampoco las rebanadas de pan saben a mermelada de higos. Hoy el fuego y la nieve mienten, huelen a proyectil.
Con todo Gemayel mañana volverá a mirar debajo de la cama por ver si el viejo pascuero dejó allí una silla de ruedas para la mujer sin caderas.