sábado, 5 de enero de 2008

La peonza (víspera de reyes)


El papá de Javito ya no es un niño. Tampoco está loco ni es un tonto enamoradizo. Hace tiempo que dejó de alimentarse de paranoias y poemas. La peonza de su infancia olvidada quedó allá en el trastero del sótano de la casa de su madre. Ahora, en lugar de lucir aquella melena antifranquista que de joven aireaba en favor de la amnistía, el padre afeita pelos dentro de sus orejas acartonadas. Más le preocupa en estos momentos al papá de Javito el nivel del aceite de su volkswagen que la evaluación del informe Pisa.

Hoy la rutina pausada, el sentido común y la cordura son su credo. A su manera este padre como otros muchos (de ahí le viene su iluso convencimiento) vive su realismo de manera acomodaticia. Su hábitat de ciudadano homologado a las circunstancias programáticas, su corta visión de andar tejas abajo, la curva de sus años, el bajón de sus antiguos humos y politiquerías le aconsejan caminar por el acotado sendero de su instinto cronometrado, teledirigido. Y lo vive a gusto, sin los idealismos de antaño. Que no hay más leña que la que arde. El papá de Javito sabe que tarde o temprano los gorriones acabarán comiéndose el sembrado.

El padre de Javito se acuesta todas las noches con la sensación de que su jornada acabó igual que siempre: nada en particular. Como debe ser. “A quien Dios se la de, san Pedro se la bendiga”. La suave dulzura de la conformidad asumida. Y este es su sueño: vivir despierto y ajustado al pan que cada día se cuece en su horno de barro.

Pero, hoy víspera de reyes, es distinto. Y siente en los más hondo de la hendidura de sus huesos ese loco deseo de sacar del cuarto de los enredos su peonza de niño, lanzarla al aire de sus antiguas utopías, porque vivir es esperar la sorpresa, creer que un trompo de colores puede cambiar el mundo.

El papá de Javito hoy se despierta con otra onda y en contra de su inercia materialista se levanta con la ilusión de que tal vez hoy se produzca el milagro. El hombre de hoy se siente el niño de ayer. Se dirige al hueco de la chimenea de la cocina, y allí encuentra su peonza de niño olvidada, en el mismo sitio que aquel día unos magos de oriente se la trajeron a él, hoy su hijo Javito se la ha puesto a su padre de regalo.