lunes, 17 de diciembre de 2007

Éxtasis


La palabra horada las vetas del acantilado del instante. Sus estrías, las letras mudas del eco a través de sus muchas posibilidades vacías se extienden hasta el abismo infinito de sus palpitaciones eternas. Gracias a la palabra, encendida llama, este momento es mío y suspendido lo tengo en mis manos de aire antes de que se caiga, se apague, se precipite al vacío alienado y sin oxígeno de sus sílabas despeñadas. Y siento el gozo momentáneo de esta mañana en la que un niño mitad sorpresa, una sorpresa mitad pájaro, un pájaro con sus alas recién estrenadas se lanza desde lo alto de un castillo de sueños por un tobogán frenético y de sensaciones esculpidas de novedad y frescura frente el miedo de la corriente y la rutina de las meriendas de sal sin chocolate. Verbal éxtasis. Mientras pronuncio la palabra la inercia de mi deslizamiento detenido queda y palomitas de maiz crepitan alegres en la sarten bulliciosa de mi estómago florecido. La palabra por segundos flota en el aire. Y antes de que las olas del vértigo la deshagan en espuma, antes de que mi cuerpo se estrelle contra el asfalto churretoso de la tarde, antes de que la fiebre del aceleramiento de las noticias y los hechos banalicen la historia, conviertan el presente en olvido, y sepulten al verbo en el gólgota de su agonía, la mantengo, la contengo, la sostengo en el paladar de mi conciencia. Gracias a la palabra, aunque sea por un momento, estoy vivo, fuera de mí, extrañado, ¡que los muertos no hablan!