martes, 27 de noviembre de 2007

Adormidera


Frente a tu transparente belleza todo lo demás se apagaba. Me absorbía tu colorido destello, tu embriagante aroma, el humo de tus bocanadas de seda. Mis ojos sólo para tu cara. Contigo blanqueaba mi maldito tiempo, convertía en oro lo que miraba. De mis penas me olvidaba y en tu compañía protagonista era de otra vida porque la que vivía me mataba.

Prefería tu etérea substancia al ajetreo de carne y hueso lleno de barricadas mortales, accidentes en carretera, escapes de gas, descuartizamientos, aglomeraciones, terrorismo o violaciones en vivo. Tus imágenes ingrávidas no lastimaban mi sensibilidad adormecida, no me salpicaba la sangre, simple vibración óptica de castillos en el aire, nada que tuviera que ver con hematíes ni plasmas acuchillados en la bañera. Tus huracanes me acariciaban, no saltaban en pedazos los tejados de mi casa.

Recluido, calladito en la paz del refugio de tu contemplación divina me metía de todo sin meterme con nadie. Mi expediente, mi comportamiento, sucio y sobresaliente como tu blanca mirada. Me atemperaba tu adicción. Tu fantasía engatusado me ataba cual los besos de una novia enardecida. Mis iras enervadas del ocio esclavo al momento sublimadas eran por el analógico elixir de tu reflejo espectral, poético, delirante.

Hoy ya no es lo mismo. De tanto fumarte de cerca cogí esa extraña enfermedad que llaman daltonismo digital que consiste en no distinguir lo imaginario de lo que verdaderamente pasa.