miércoles, 26 de diciembre de 2007

El buey y la mula


«Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento». (Is/01/03)

No soy quien para contradecir a Benedicto XVI por quitar del Belén de la plaza de san Pedro a la mula y el buey, que cada uno en su casa puede hacer lo que le dé la gana. Es más alabo el criterio de rescatar para su iglesia la autenticidad del mensaje evangélico.

El que un Papa quiera despojar a la Iglesia de toda la apócrifa parafernalia, colonialista, engañosa que ha ido acumulando a lo largo de la historia es un gesto de renovación y pureza que le honra. Todo un precedente que nos augura el futuro desmantelamiento y traspaso de los palacios del Vaticano, sus riquezas, sus museos, incluida las ballestas de su ejército a manos de otras instituciones más en consonancia con su gestión administrativa.

El siguiente paso será derogar el concilio de Nicea, el del imperialismo sagrado, no hablar mal de Mahoma, convertir la Basílica en un auténtico pesebre, una casa de acogida para pobres y maleantes, indigentes sin posada y okupas de otras religiones, el ecumenismo en marcha. Todo un verdadero signo de los tiempos. La Buena Nueva que el mundo necesita.

Y este Papa que empezó con la abolición del Limbo, ojalá rescate para su iglesia el verdadero espíritu de simplicidad y pobreza, inocencia y compromiso de las Bienaventuranzas del sermón de la montaña.

Que bien está limpiar el dogma de sus impurezas irracionales, contra natura y ñoñas, pero de ahí a robarle al belén el vaho, la imaginación, la poesía la simpleza de la mula y la ternura del buey, es convertir el portal en un local desangelado y frío, no muy apto para la inocencia y la utopía.

Para mí que la Celinina de Pérez Galdós se murió en La hoguera de Torquemada porque su padre no le trajo a tiempo las figurillas del buey y la mula para su nacimiento. (Ver el cuento de dicho autor: El buey y la mula)