domingo, 18 de noviembre de 2007

Soy lo que escribo


Cervantes está manco de su existencia. Y varios años antes de poner su cuerpo en el estribo del jamelgo que le conducirá por última vez a las trinitarias descalzas de la calle Cantarranas, el cobrador de impuestos, descubre una pócima que le prolongará su vida más allá de las infinitas vueltas que la tierra pueda dar al rubicundo Apolo.

He aquí su truco: se convertirá en la figura inextinguible de Alonso Quijano.

De niño yo nunca distinguía entre don Miguel de Cervantes y don Quijote. Pensaba que eran nombres diferentes pero referidos a la misma persona. El misterio de la dualidad literaria. Dos personas (Autor y Obra) en un solo ser, realidad y fantasía fundidos. Luego más tarde supe que habían escritores que se metían tan dentro de los personajes de sus novelas, que se hacían llamar como ellos. Sus textos eran su biografía. “Soy lo que escribo”, decían. Pero para ello primero debían vaciarse, renunciar a su yo de barro y ceniza, ausentarse, deshacerse en la tumba de un convento de clausura.

"Escribir es morir", afirmaba Maurice Blanchot. De hecho nunca se vendieron más libros de un autor sino después de muerto. Y después de cuatrocientos años es la muerte de Miguel de Cervantes la que hoy no sólo conserva fresco y joven a nuestro Ingenioso Hidalgo, "famoso, valiente y discreto, enamorado, desfacedor de agravios, y tutor de pupilos y huérfanos", sino que es nuestra referencia más viva. La muerte alimenta la vida, la colma de sentido, porque vivir y escribir también son la misma cosa.

Hoy visito la tumba del Príncipe de las Letras y aplaudo el prodigio de este hombre que pudo vivir dos veces. Una, allá por el mil quinientos. Y otra, ahora aquí entre nosotros que nos recreamos con su obra.

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