Marcelo le pregunta a la muchacha si alguna vez se ha sentido engañada por sus palabras.
“¿Marcelo, tú qué crees?” -le dice triste Albertina con ojos callados.
La fugitiva mastica el eco figurado, no aclarado de la ironía de Marcelo, su impotencia, cristales ahumados que salen de su lengua para clavarse en el cuaderno de sus visiones, celos y sombras.
Albertina no puede descubrir la intención de las palabras de Marcelo. En este momento crítico sólo tiene tiempo para sufrir su deslucida intransparencia. Bien sabe ella que las palabras de su amante siempre fueron opacas como las piedras. La muchacha con todo le repite lo de siempre:
"No me voy por mi gusto, es la muerte la que me muere".
Luego, el eco de las sílabas perdidas en el silencio de su adiós definitivo, deja completamente aplastado a Marcelo. El escritor se muerde el labio hasta hacerse sangre, su palabra de nuevo herida, sofocada. Cierra con rabia las manos. Alza los puños a la iluminaria de la alcoba, no sé si pidiendo ayuda o encarándose al destino por la huída de Albertina.
“No inventé yo la muerte -murmura Albertina con el poco aliento que le queda- es la muerte la que ha engendrado este maldito cuerpo de tus palabras que se me pudre, que se me escapa de las manos.”
Luego se oye un portazo. El viento. La lluvia. Palabras que lloran su impotencia. Los cristales rotos de la lámpara del dormitorio, testigo de su amor hasta las tantas. En ese momento Marcelo odia a la Fugitiva hasta la muerte, tanto como la había amado.
Y se pone a escribir queriendo retener con sus palabras el azul apagado de los ojos de Albertina. Quiere atrapar a toda costa su sonrisa inmóvil, la cera blanca de sus senos, la humedad de su sexo reseco, la suavidad de las letras de sus dedos de tinta emborronada, el agua gris de su mente apagada. Pero el anzuelo de su pluma no puede hacerse con su presa. Marcelo se siente frustrado.
"Aquellas páginas cuando las escribí eran tan pálidas comparadas con mi pensamiento y opacas con mi visión armoniosa y transparente que la lectura era para mí un sufrimiento, un sentimiento de impotencia"
M. Proust
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