lunes, 19 de noviembre de 2007

La paloma


Estoy en el supermercado. Me llama mi hermana por el móvil. Recibo condolido el mensaje.

“Quietecita estaba, parecía que dormía, la toqué y ya no respiraba”.

Hasta ahora, ningún problema auguraba tal desenlace. Pensé que tarde o temprano, cuando esto sucediera, todo cambiaría. Pero todo sigue igual.

La cajera da me las gracias con la sonrisa curricular de todos los días; la música de ambiente resopla el programa “canciones para un deseo”. Afuera, veo a los viejos del jardín acurrucados bajo el acebo, jalean las mismas batallas; los barrenderos liados con la porquería tras el fin de semana, los niños con sus juegos, el mismo recorrido para el cartero, el mismo sueño para el comprador de lotería, la misma esquina para el mendigo.

Mienten los que hablan de globalización. Ni los transeuntes ni los viejos, ni el sol, nadie, yo mismo, todos seguimos nuestra rutina. Nada empieza hoy, nada es distinto. Tras el corte de una flor, un eclipse de luna, la voladura de una estación de trenes, el maltrato de una mujer, la violación de un menor... todo injustamente sigue igual: al mediodía la sombra de la montaña del tiempo seguirá dando sobre la misma piedra de siempre.

Así como no hay nada nuevo, tampoco un dolor particular se convierte por extensión en sufrimiento ajeno.

Cuando mi hermana me detalla el incidente, la tierra insensible sigue dando vueltas alrededor de su ombligo.

Recuerdo que llegó a nuestra casa aquellas navidades como regalo de mis padres. Mi hermana y yo tendríamos entre dos y tres años, la recibimos como a un hermano. Con un mes de vida no tenía ni nombre, por su blancura le pusimos “Paloma”. Entonces nosotros no entendíamos de sexos, zarandajas y otras locuras y hecatombes. Luego resultó ser un perro, pero nosotros le seguimos llamando Paloma.

Recuerdo ahora que un día discutí con mi hermana sobre la existencia de un posible cielo para caninos. Ella decía que los perros no tenían alma.

Cuando mi hermana me comunica esta mañana la triste noticia, he visto a mi Paloma allá arriba sentada a la diestra del dios de los perros.