martes, 6 de noviembre de 2007
Pipirrana
Hoy es martes seis de noviembre de 2007 y no tengo nada que escribir salvo que sus majestades almorzaron ayer en Ceuta pipirrana, ensalada de culturas remozadas de civilizaciones aguadas y peripecias diplomáticas.
Dejar esta entrada en blanco sería como decir que el calendario se ha tragado este día, o que Ceuta y Melilla ya no son una provocación ridícula para la memoria histórica, como lo fue en su día la metedura de pata del islote de Perejil. Los pueblos se resisten a morir amurallados. Y estas dos ciudades quieren escribir sus nombres más allá de los renglones que las encasillan como plaza militar de intransigencia, discriminación y compuerta, refugio de amotinados, pretexto de unos y vergüenza para otros.
Huelo el aroma de un tiempo nuevo, un sueño sin fronteras que quiere reflotar su cuerpo por encima del torbellino patriotero de unas aguas cercadas por espinos y alambradas.
Lejos de contiendas vecinales, colonialismos sin sentido, ocupaciones ilégitimas, visitas oportunas o a destiempo, quiero dejar aquí una página sin arrugas, una tela kilométrica en la que quepan todos los colores del espectro solar por encima del azul de un estrecho que no quiere ser roca ni peñón de quebrantos y naufragios, ni tampoco margen para fortines ni acantilados, sino una mano amiga, un mismo aire, brazo extendido, paso franco de enriquecimiento solidario, vasos comunicantes de fluidos varios cuyos potenciales se igualen por la inercia natural de la cordura, el apoyo mutuo y el equitativo reparto.
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