jueves, 1 de noviembre de 2007
Los muertos se mueren de sed
Si se secaran los océanos por supuesto que lloraría la desaparición de peces y corales, pero mis lágrimas más tristes serían para estos muertos errantes que el barquero del Hades hoy no podrá llevar al otro lado de los mares de Estigia.
No es una premonición climática teñida de miasmas apocalípticas lo que vengo yo a contar en este día de difuntos, sino un hecho real ocurrido ayer mismo en el cementerio de mi pueblo: el servicio municipal de abastecimiento le cortó el agua a los muertos.
En este día tengo por costumbre adecentar el nicho de mis antepasados. Les llevo las mejores rosas blancas que florecen en mi huerto. Pero hoy los grifos del camposanto han sido guillotinados por una avería en la que no entro ni salgo. Que no están mis muertos para ser politizados. Bastante tienen con aguantar la losa que los retiene aquí encerrados.
Y por los caños vacíos oigo el lamento de los muertos. No hay agua para sus flores. Y veo a Caronte que escupe su disgusto junto a una fuente desierta. No hay agua para reflotar su barca ni tampoco para lavar esta afrenta. Los deudos que han venido a venerar a sus difuntos también se quejan y murmuran con el sigilo que impone la tremenda verdad de un camposanto. Los familiares queremos para los muertos toda la tranquildad del tiempo.
En la fachada del ayuntamiento de mi pueblo hay una pancarta muy grande que reza con letras muy negras: “Agua para todos”. Frase que se queda corta, tergiversada. Tal vez nunca debió ser escrita. Los muertos de este municipio se mueren de sed. Quien no respeta a los muertos, difícil que se apiade de los vivos.
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