sábado, 20 de octubre de 2007

Tinta viva



Tengo yo por por costumbre a primera hora de la mañana y resguardado del bullicio callejero escribir mis flatulencias en el cuarto de baño. Comódamente sentado sobre la taza del water las emanaciones salen por su propa inercia sin apenas esfuerzo y apreturas.

Pero hoy al enterarme de lo que le aconteciera a Catalina Segunda tendré buscarme otro rincón más seguro y recóndito para seguir expulsando mis excrecciones literarias.

Y es que a esta reina de Rusia, a la amiga por excelencia de Diderot y Voltaire se la encontraron muerta una mañana esclafada en su letrina real.

Sí, ya sé que no es lo mismo palmarla de un retorcijón de barriga encima la taza de un retrete que espicharla por plagiar las Catilinarias de Cicerón en una letrina romana.

Aunque puestos a morir conozco a un escritor que ha muerto muchas veces escribiendo. Que las Moiras no son asquerosas ni tiquismiquis que lo mismo te acorralan en el delta del Bramaputra que en el desagüe de la lavadora. Y a este escritor en concreto del que ahora no acierto su nombre, la muerte le quitó un día la pluma y con ella le atravesó el corazón en tinta viva.

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