viernes, 19 de octubre de 2007
Motín republicano en el huerto de los “callaos”
El cementerio tenía forma de zeta. Este engallitado diseño no era casual. El regidor, astuto hombre de letras así lo quiso allá por el año en que en lugar de coser dentro de la piel de un ciervo a los que morían y arrojarlos por el desfiladero de los Lamentos, decidió enterrar a sus difuntos en tumbas y en hilera en un sitio cerrado.
Y dijo el Regidor:
“Construyamos un camposanto a las afueras para que los ayes de las ánimas no nos despierten por la noche. Y sus paredes sean una zeta, cerrojazo perfecto, la última letra del alfabeto. Y a partir de ahora ni tus ni mus.”
Y pasaron los años, las generaciones, los siglos, excepto el regidor, que como buen tránsfuga sobrevivió a pesar de haber muerto un montón de veces. Y un día al ir a depositar una corona de flores en la tumba de su enésima costilla oyó como un cuchicheo, luego un murmullo, hasta que de pronto el cementerio se convirtió en un atolladero de voces ocultas. Y por la algarabía que se armó, más le pareció aquello al regio presbote una escuela sin maestro, que un recinto sagrado.
Y de nuevo el Regidor, al que siempre le fastidiaba que incluso los muertos expresaran su opinión, ordenó con tono real y aguerrido:
“Será cosa de averiguar de donde viene tanto escándalo y tronería.”
Y como ningún muerto se prestó a ser chivato, dispuso el autárquico soberano que colocaran una videocámara en cada bocacalle del camposanto.
Al cabo de una semana el Regidor reunió al concejo en sesión extrardinaria para visionar las cintas. Y cual no fue su sorpresa al ver en la pantalla a las letras del abecedario de blanco-calavera e infrarrojos solemnemente vestidas, encabezadas por la misma regidora de la historia. Y todas ellas desde la “a” a la “zeta” por los codos cantaban:
“No nos callará
la muerte ni el el dolor,
el tiempo ni el olvido.
No nos callará,
ningún Corregidor.”
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