lunes, 29 de octubre de 2007

Querido Dios



Querido Dios:

Deseo que al recibo de ésta os encontréis bien. Yo no tanto.

Ya sabe su sabiduría infinita que el servidor que escribe este pliego de descargo quiso ser tan bueno como los cuatrocientos mártires que ayer te dignaste subir a los altares. Si ellos murieron por tu causa, ¿acaso no me mataron a mí también? Unos y otros, todos fuimos bautizados en la misma pila del bautismo, consagrados con el mismo aceite sacerdotal. Una sola sangre derramada.

Tu comportamiento divino en este proceso de beatificación me huele a chamusquina política. Sospecho que en este asunto te has dejado sobornar. El que Francisco naciera en Ubeda e Iñaki en Azpeitia, o a mi me cogiera en zona republicana, no quita ni pone santo en esta causa, que todos fuimos hijos tuyos. Nunca me hubiera imaginado que los flecos de tu divinidad estuvieran manchados de xenofobia y racismo. "In dubio, genuflexio", recuerdo que nos decían tus liturgistas. Bien podrías haber hecho Tú lo mismo: dismular tus dudas con otro gesto más cristiano.

Y que sepas que no es envidia, mi Dios, lo que me lleva a presentar este recurso de alzada ante la misma corte celestial. Que yo no quiero ser santo ni tampoco lo merezco. Todo homenaje es poco para reparar una muerte injusta. Pero desde la fría soledad de mi tumba hoy profanada me siento discriminado por tu osado partidismo en este lío de votos en el que te han metido.

Sé que mi apelación desde su inicio carece de formalidad y derecho, pero, ¡Dios santo, ante tan claro atropello no he tenido más remedio que saltar de mi fosa para decirte que no, que no estoy de acuerdo!

Perdona este descaro, mi Dios. Y sin otra cosa más, un abrazo de este tuyo servidor, y hasta siempre de un pobre sacerdote asesinado del otro bando.