miércoles, 3 de octubre de 2007

Lluvia




Esta mañana se le olvidaron los pinceles a Tiziano. Dánae, la flor descolorida, espera lánguida la lluvia de oro. La brisa olvidó también su melodía. Hoy tampoco hay letras, ni entradas para el concierto de un amanecer sin sol.

Encima de la cama el rojo de la flor cortada llora su efimeridad, absorve el agua del vaso que la consuela. A su lado: un libro y el saxo. Los tres mudos. El saxo yace tendido sobre la mesa con sus agujeros vacíos de notas muertas. Mientra el libro cerrado espera en el atril una lectura eyaculadora que lo fecunde.

Tres silencios: el color, el sonido y la palabra, los tres callados. El oro de las canciones en reposo arrulla con sus destellos niquelados los rizados pétalos de la flor que se resiste a secarse. Las historias muertas del libro esperan con ansiedad el falo creador de unos ojos que las resuciten. Con ellos guardo silencio frente a la mañana completamente cubierta de nubes.

La canción enmudecida, el color que agoniza, la verdad dormida y yo que también amanecí nublado nos abrazamos.

Fuera empieza a llover y las lágrimas del agua despiertan en la flor, en el libro, en el saxofón y en el abrojo de mi sequedad una tenue sonrisa tras la ventana.

Zeus convertido en lluvia seduce a Dánae, la sedienta, y la deja preñada del oro de la huerta.

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