Esto es lo que me dijo la mujer nada más entrar en mi despacho:
“¿Me ayudas a renovar el infierno?”
Mi currículum como arquitecto era reconocido en el mundo entero. Proyectos culminados como el entubamiento de los corredores de los agujeros negros del espacio, el puente entre los Mares de Estigia y los Campos Elíseos, el soterramiento de la autopista que va desde el cabo de Las Animas hasta las Columnas del Purgatorio lo demostraban de sobra.
“Precisamente lo que me ha traido a su estudio, señor, es la calidad de sus faraónicas maravillas.”
Sus ojos eran azules, su tez como la canela. Su nariz, sensual al igual que los dedos de sus manos. El blanco de su blusa resaltaba con el jaspeado de almagra del pañuelo de seda tras el cual yo vislumbraba complacido su delicado busto. La proposición salida del rosa cadencioso de sus labios cálidos era difícil no ser aceptada. El más insobornable de los arquitectos de las Pirámides del valle de los dioses se hubiese tirado de cabeza hasta un pozo de cieno tan sólo por ver de nuevo su melodiosa boca entreabierta, y tras sus dientes como cervatillos de leche, su lengua jovial y jugosa.
No consideren ustedes, mis anónimos lectores, veleidoso, superficial y ligero a este devoto ingeniero que diseñó a conciencia y con respeto el mismísimo Pórtico de la Gloria que nos lleva al Paraíso. Yo no le hubiera dicho que sí a mi distinguida lucífera de no comprobar primero su seriedad, que le guiñé un ojo y todo. Y fue el caso omiso por su parte el que me convenció de la formalidad de su propuesta.
“Hablemos, pues -le dije confiado a mi clienta.”
Y le cedí un cómodo asiento.
Aparcado el coqueteo, mi bella diablesa empezó por el principio:
“Soy la dueña del Infierno. Resulta que para agravio del Universo en un descuido nuestras calderas del gas han explosionado intempestivamente. Todo se ha venido abajo. Los pecados calcinados por el suelo. La humanidad ha perdido para siempre excomuniones y herejías, el fuego ha reducido a pavesas todos los incunables. Las virtudes teologales, que encerradas bajo llave yo misma tenía en la caja fuerte de mi dormitorio, han saltado por los aires cantando las divinidades del cielo. Provisionalmente los servicios de Protección Civil con sus mangueras mantienen humedecidas las llamas. Pero es urgente, sobre todo en estos tiempos que corren de aniquilación y desenfreno que hasta el Limbo han suprimido, que nos pongamos a renovar en profundidad nuestras bases infernales para que las potencias malignas del Cielo no derriben las santas puertas del infierno.”
Al hilo de sus palabras con aplicado interés tomé a lápiz unos bocetos. Y una vez oída sus desgracias le dije sin apartar mi vista del borrador de mi proyecto:
“No se preocupe, mi distinguida señora, construiremos, “crearemos” un nuevo Infierno, inexpugnable, ignífugo. Sus cimientos jamás podrán ser demolidos ni por las mil legiones del Sagrado Imperio. Construiremos sus pilares sobre las rocas fundidas de nuestro propio cerebro. El Infierno será un lugar, el más privilegiado de nuestro pensamiento.”
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