martes, 9 de octubre de 2007

Entre rejas


Aunque os parezca raro si volviera a nacer no me llamaría como me llamo.

A ver si me aclaro:

Yo no soy yo, que me cambiaron el nombre en aquel recuento que el celador del trullo hizo antes de abrirme las puertas de la celda.

Al oír el nombre que no era mío, por supuesto no dí un paso al frente, pero el cancerbero a gritos me insistió con un fuerte empellón hacia afuera:

“Tú, a la calle.”

Me echaron a toda pastilla de aquel lugar nauseabundo en el que entre paredes oscuras y excrementos estuve encerrado durante mucho tiempo.

Hoy vivo en libertad, pero como si no lo estuviera, pues atrapado me tiene un nombre que no es el mío, el nombre de alguien del que no sé nada, ni al que imitar, ni acceder siquiera puedo ya que nadie de él nunca me dió su contraseña. Vivo una suplantación inútil y a veces esquizofrénica ya que ando confundido entre mi verdadero nombre, aquel que encerrado quedó en la trena, y éste, libre, que llevo encima, que atado siempre me lleva.

Y lo malo del cuento es que aquí no acaba. Tanto tiempo llevo el nombre cambiado, que del mío, el verdadero e ignorado, ya ni me acuerdo.

Cuando a mis espaldas o de cara, de lejos o de cerca, en la calle o en mi casa alguien me llama, no sé lo qué decir. Pues me siento dividido entre quien no soy y aquel que quisiera ser. Por eso hoy si volviera a nacer no me llamaría como me llamo. Quisiera ser el que antes de nacer yo era.

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