jueves, 25 de octubre de 2007

El tercer y cuarto viajero son la misma persona



En un vagón de cercanías. Barcelona. Pero puede ser el mismo tren de la vida en entredicho, bajo sospecha, en cualquier ciudad, bajo llave su vergüenza dentro de nuestra misma casa. La distancia es su trayecto, nuestra indiferencia sobre ruedas que chirrían ceguera y desentendimiento.

Cuatro personas componen la escena:

1. Una joven inmigrante de 16 años es agredida sin venir a cuento.

2. Su agresor, un muchacho con antecedentes de robo y violencia le zarandea los pechos, la abofetea. Manotazos. Insultos. Y se baja del vagón no sin antes darle un puntapié a rodeón y con todas sus fuerzas en toda la cara a la joven.

3. Un tercer viajero intimidado presencia el acoso desde un asiento de enfrente sin atreverse a mirar siquiera.

4. Y finalmente el cuarto personaje, el último, tú o aquel, o el otro que es lo mismo. Nosotros, que sin estar presentes formamos también parte de la escena. Todos somos el otro de alguna manera.

Y miramos fijamente al tercer anónimo espectador. Su pelo bien peinado cubre su cabeza ausente, su frente arrugada, su nariz huraña. Los labios estirados dejan ver sus dientes ralos, la zozobra, su impotencia. Insistimos. Y él sigue sentado como un pasmarote. Esquivo rehuye nuestra mirada inquieta. Por fuera, impasible, indiferente a la agresión. Por dentro le recome su disciplente atonía. Es el mismo miedo de la joven ecuatoriana el que maniata y amordaza a este tercer viajero sin nombre. Y se justifica diciendo que esta misma mañana un joven ha muerto por mediar en una reyerta.

Y el tercer viajero se arrepiente de haber cogido este vagón de terrores y de sombras, que le trae y que le lleva sin saber de donde viene ni a donde se dirige. El traqueteo del tren le increpa su apatía, su silencio. Mejor ser piedra y no tener ojos para ver el espanto, para sentir la tragedia de un viaje de humillación y sin rumbo. Y su omisión se confunde con el frío cristal de la ventanilla. El tercer viajero mira para otro lado.

Y es en este gesto de volver su cara a otra parte cuando el cuarto viajero, nosotros sentados desde nuestro sofá frente a la tele, reconocemos a este viajero indiferente. Tiene nuestra misma cara. Su cobardía es la nuestra.

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