domingo, 14 de octubre de 2007
Buffet libre
Antes de empezar con los ejercicios de escritura el maestro mantiene una charla con los alumnos, la asamblea de todos los días. Lluvia de ideas, impresiones, ocurrencias, centro de interés. Los niños libremente y en respetuoso turno sentados en un círculo en el suelo aportan sus experiencias, sus preocupaciones, sentimientos.
Una niña, la de las trenzas, la que está al caer de la ventana, la de los ojos cansados, cuenta que a su abuelo lo enterraron ayer y que ahora descansa de sus dolores en el cielo. Y su compañero el de la izquierda, uno de los más arremolinados de la clase, añade de seguido como si le picara una avispa en la lengua “ pues yo no quiero ir al cielo”.
Y mientras los niños hablan ya de otra cosa, de Wickie el Vikingo, de los regalos de la feria, de Mac Gyver, el maestro se apunta al pensamiento del niño arremolinado. Y en silencio se dice para sí que él tampoco quiere morirse, que no quiere ir al cielo de los humanos, ni al de las palomas al que se fue también su perra hace poco a gozar su eternidad perecedera, ni al de los curas, ni siquiera al de los mahometanos que es uno de los mejores cielos que hay en el mercado con las huries de la danza del vientre y su buffet libre incluido, que quiere que le dejen en el cielo de esta tierra. “Yo no me moriré, me morirán”, o como dijo también un amigo suyo: “ojalá que el morir no me mate”.
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