viernes, 21 de septiembre de 2007

Bucéfalo


Anoche los palos del sombraje de mi casa se me caían encima y salí a dar una vuelta por los alrededores para tratar de amainar el viento invisible de una angustia incomprensible.

Y confundí mi sombra con la de un ciprés de los que bordean el camino.

Me adelanté unos pasos para tratar de adivinar realmente si esa mancha alargada y triste era yo o tal vez perteneciera al árbol que arrastraba el fantasma de su carga por la tierra.

Y me acorde del caballo de Alejandro.

Cuenta la leyenda que nadie conseguía mantenerse a la grupa de Bucéfalo más allá de unos segundos, sólo Alejandro Magno, su dueño. El animal no se dejaba montar por nadie que no fuera su amo. Alejandro era el único que sabía que al caballo había que ponerlo mirando al sol de manera que no pudiera ver su sombra, la causa de sus estampidas.

Pero, cuando es noche cerrada, no hay soles ni estrellas que puedan rehuir miedos ni sombras.

La sombra es un barrote de por vida adherido a este cuerpo que me hace prisionero de mi mismo y me tiene encabritado y confundido casi todo el tiempo.

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