viernes, 31 de agosto de 2007

Berenjena


“Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana”

Rubén Darío


Hoy no me sorprende el brillo negro de la berenjena. Ayer nada más despuntar el sol me levantaba solícito para ver como en su corteza refulgente la luz de la mañana jugaba con sus azules estrías. Incluso antes de ir al baño, me encaminaba a la mata y con el deleite que sólo lo natural proporciona, palpaba su piel y se abrían de gusto todas las cerraduras mías. Con atención protectora, como madre extasiada ante la sonrisa de un hijo recién nacido, contemplaba su cara que sonreía desde su verde cuna a un mundo lleno de mermelada de auroras.

Hoy todo es lo mismo, el mismo perfume limpio de su ovalada figura, pero ya nada es igual. Cae el mediodía, pedrusco despeñado, hasta dar con un desfiladero de espinos secos. Y en el pentagrama andantino de la naturaleza ni siquiera el allegro de las hojas de aquella berenjena me devuelve la hermosura que ayer tenía. Ni las solícitas caricias de su tacto carnal blandea la tersura de mi piel arisca, arrugada y triste tras el paso de la sombra de un ayer escarmentado y esquivo.

Silencio, átono calderón interminable, yunta sobre buey encabritado, espantado amordaza el ayer como ladrón que me arrebata el presente, ese bello canto de mi berenjenal florido y tierno.

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