jueves, 30 de agosto de 2007

El banco



Yo quiero ser normal. Que no quiero ser extravagante, ni original. Hoy todo el mundo, que con tal de hacerse el nota, lleva su camisa con la exclusiva de la última novedad estampada. Yo llevo mi camiseta pintada del color de los pesares, la mugre que nadie quiere, la que todos me vomitan. Agujereada también llevo el alma de ganchos por todas partes. Y por la suela de los zapatos prestados se me sale aquel sueño que siempre tengo cuando me acuesto cenado: ser cometa por los aires en las manos de unos niños que juegan con su inocencia en un prado donde todos meriendan abrazos con chocolate.

La gente ya no sabe en que lugar del cuerpo, que no lo haya llevado nadie, colocarse el pinccing, su tatuaje. De tan tiznada mi piel: yo soy todo un tatuaje. Pero quiero ser corriente, tener un trabajo como dios manda, dar con la mujer de mi vida, guardar cola en el dentista, y como uno más comprar la oferta de la semana en el súper.

Pero mira usted que no me dejan. En el dentista no guardo cola, un gorila me dejó sin muelas a las puertas de una discoteca de pijos en la que me empeñé entrar con mis esparteñas y los zaragüelles de muselina de mi abuela.

!Trabajo!, ni me acuerdo. El último: aquella vez que me prendieron por no llevar los papeles para vender en la acera cabezas de ajos a dos reales. ¡Ay como quisiera tener una camioneta para ir a la playa todos los domingos con la familia que no tengo, atascarme en el puerto de la cadena tres horas antes de entrar a la ciudad y poder decir repantigado en el asiento de mi carruaje libre de impuestos y con el aire acondicionado a tope: ”¡Dios mío como está la carretera!”. Y escuchar las estaciones de Vivaldi en el regazo de mi compañera mientras se desatranca el fregadero de coches.

Las únicas colas que guardo las hago en comisaría, en el albergue de “Jesús Abandonado”. Que yo no quiero ser distinto ni rasurarme los pelos del culo, ni tener móvil, ni petrés, ni gmail, ni contraseñas. Que quiero tan sólo tener un reloj a mi antojo y poder ponerlo en hora, la que a mi me dé la gana y pararme en aquel minuto de mi sangre en que el cielo le da un beso a la tierra y las flores de la tarde huelen para todos, porque para todos siempre es primavera. Que quiero tan sólo tener un jergón para dormir, pagar una hipoteca, ser dueño de mi cuerpo y no que ningún madero tenga que echarme a patadas del banco de esta placeta. Tampoco tengo cuenta bancaria que no la necesito. Que con medio euro para el cartón de vino con el que me abrigo esta noche, voy aviado y de sobra.

Ya ve, mi amigo, que yo no quiero ser distinto, marginal ni diferente, pero los esbirros del destino, esos cabrones no me dejan.

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