En estos días malos en el que como cangrejos, en lugar de ir p'lante vamos p'trás, ganas me dan de bajarme del carro de las distopías que nos lleva a un pasado trasnochado, telúrico, irracional y represivo.
A este mundo nuestro que tanto trabajo le costó alzar el vuelo, hoy le pesan los pies y le huele el alma a cagada de gato. Y aquella democracia conseguida a base, de huelgas obreras y estudiantiles, asambleas de base, asociaciones vecinales, comisarías, torturas y muerte, hoy las mismas fuerzas del mal, las que antaño nos mantuvieron amordazados, quieren de nuevo poner grilletes, diques y cadenas al instinto de todo ser viviente que tiende por naturaleza a su desarrollo y perfección. Falsos predicadores, vestidos con los mismos capisallos de nuestros fantasmas de ayer, los mismos que atiborraron sus barrigas y carteras gracias al sistema que ahora dicen demoler. Se introdujeron como gusanos y explosivos en el interior de nuestro organismo político para hacerlo saltar por los aires y sobre sus ruinas erigirse ellos como los nuevos emperadores de una nueva era, un nuevo orden, como aquellos regímenes fascistas que sembraron de mártires las calles de nuestras ciudades.
Dicen que la experiencia es la maestra de la vida, fuente del conocimiento y guía para iluminar nuestros pasos por el buen camino. Pero por ahora cabezotas y empecinados pretenden quebrar los pies al destino. Ojalá, gracias a la resistencia de la cordura y el buen sentido jamás nunca lo consigan.

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