lunes, 20 de octubre de 2025

La falsa seducción de la esperanza



Tomo este título del libro Melancolía de la resistencia de László Krasznahorkai, escritor húngaro, recientemente galardonado con el Nobel de literatura. Había oído yo decir que escribir era como resucitar a la vida, que el ejercicio de la escritura, (o el de la lectura), tiene ese poder de sanación que precisamos para salir airosos de las penalidades en nuestro peregrinar diario. Y László viene a decirnos que el artificio literario no es una vacuna que nos libere de la dura realidad en la que actualmente el hombre está inmerso. En estos tiempos apocalípticos, todos tartamudeamos frases sin sentido, y quedamos bloqueados ante tanta hecatombe. Krasznahorkai no tiene respuesta para tanta calamidad y barbarie, sólo acierta a describirlas. Escribir después de lo de Palestina es imposible... que diría Adorno.

¿Quién entendería hoy que el gran valedor de la paz sea el mayor instigador de conspiraciones y guerras? La actual banalidad de esta política western que padecemos abre de par en par puertas y ventanas a dictaduras descerebradas y absolutistas. La pluma se le engarrota a László, araña el papel hasta hacerlo sangrar: El orden de las costumbres había quedado en entredicho, el caos se expandía sin freno, y destruía los hábitos diarios, el futuro era pérfidamente oscuro, el pasado imposible de recordar, y el funcionamiento de la vida cotidiana se había vuelto hasta tal punto imprevisible que sólo se podía reaccionar con resignación, pues incluso era concebible que ya no se abriera ninguna puerta y que el trigo creciera hacia el interior de la tierra. Y de pronto aquel principio de perfección que regía el mundo... parece haber perdido su vigor. Y todo se desmorona. No hay norma en pie que prevalezca. Ninguna pregunta tiene respuesta. No hay respuesta al por qué de la maldad imperante. Y escucho ahora esas voces proponiendo un visado por puntos para los inmigrantes. ¡Como si para vivir necesitáramos del visto bueno, un aprobado expedido por el Ministerio de la Existencia! Meten miedo a la ciudadanía diciendo que nuestros barrios son intransitables por culpa de los extranjeros que vienen a nuestro país, y que nos mantienen como rehenes en las mismas casas donde hemos nacido. Absurda e inhumana estigmatización interesada.

Y volviendo al pesimismo del escritor húngaro me contagio de su desesperanza, de esta realidad decadente que a mi alrededor siento. En estos momentos caóticos de confrontaciones interminables, advierto dislates futuros e inquietantes que ponen en riesgo nuestra actual seguridad, no sólo a nivel individual y ciudadano, sino también a niveles cosmogónicos. La tierra se resquebraja. El tren en el que viaja la señora Pfaum, y con ella cada unos de los que vamos subidos en este destartalado Mundo, del que, hasta la Mafalda de Quino, quiso a apearse a toda costa, cada dos por tres se para. Luego vuelve a arrancar, y así sucesivamente.

Y sigue diciendo el escritor de Melancolía: Todos cayeron en una serena indiferencia, en la sorda apatía de la obligada resignación. Y esta aceptación de las desgracias ineludibles de nuestra vida, ¿acaso no formará parte de ese instinto sagrado que por las ganas de vivir todos los seres humanos tenemos?

Con todo, leyendo al escritor húngaro noto en su libro como un querer ver la luz al final del túnel. Por fin la señora Pfaum, al llegar a su casa en paz y tranquila, tras viaje tan aciago y pestilente, y con los dulces sones de la opereta de la condesa Maritza y deleitándose con unas guindas al ron, tiene esa sensación de elevarse sobre sus deprimentes experiencias como música fluente que se alza sobre los horrores del mundo.

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