Tu lenguaje era soez, provocador, duro. Tus palabras me repugnaban hasta el delirio. Tus frases me golpeaban hasta sangrarme. ¿Cómo es posible que un hombre tan falso y cruel hablando, pudiera ser tan bueno escribiendo? ¡Cuánto más te escuchaba, más lejos de ti me encontraba, más ofendida me sentía. En cambio, cuando luego me enviabas aquellas misivas de amor tan ardiente y apasionado, más me seducías, más te deseaba, y estar junto a ti quería.
Al pasar por el crisol de tu escritura tu perversa e insidiosa palabrería, yo descubría entonces tu inmensa prodigalidad y nobleza, yo por ti me desvivía, y veía salir de la pluma de tu boca la sinceridad de tu diáfana mente, la ternura de tu corazón transparente. Y en la dulzura de tus renglones escritos yo saciaba mis deseos infinitos de estar junto a ti. La bondad de tu alma endulzaba mi lectura.
Decidí pues separarme definitivamente de ti. Y mantenerme por siempre a ti atada sólo a través de nuestra cartas.
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