Estoy convencido de que se aproxima una Tercera Guerra Mundial; a diferencia de las anteriores, el campo de batalla será todo el planeta y, por primera vez, incluirá territorio estadounidense; por muy sofisticada que sea la tecnología militar y la Inteligencia Artificial que la sustenta, se necesitarán soldados sobre el terreno que morirán por millones, junto con poblaciones civiles inocentes más que en ninguna guerra anterior; estos soldados serán jóvenes y no los señores de la guerra. (Boaventura de Sousa Santos. Sociólogo. Profesor catedrático jubilado. Facultad de Economía de la Universidad de Coímbra (Portugal)
Tengo yo un amigo que cree a conciencia en la bondad natural del ser humano. Todo tiende al bien. Se define seguidor de aquellos que afirman que el universo en su conjunto se dirige a su perfección última. Mi amigo es optimista por fe y por naturaleza. Partidario de la evolución, no por snobismo, o por una falsa filosofía friqui impostada, sino movido y convencido por la misma experiencia histórica de los hechos. La especie humana y el mundo en general no hubiesen alcanzado el grado de progreso y transformación en el que nos encontramos, sino fuera por esa tendencia real y metafísica de las cosas que desde el alfa se encaminan hacia la omega de su imaginable y posible utopía. Tal vez por ello, mi amigo sea un luchador nato por la paz, la razón, la defensa de los más desfavorecidos, contrario a cualquier tipo de práctica y gobierno, basados en la mentira, el interés propio, enemigo a ultranza de los nuevos imperialismos emergentes, absolutistas y reaccionarios.
Con todo este arsenal de buenas ideas e intenciones, mi amigo últimamente me tiene un tanto confundido. Los acontecimientos bélicos, la intermitente confrontación supremacista, la violación flagrante del derecho internacional, la alocada degradación ética y política de los grandes mandatarios... lo llevan a mal traer. Está enormemente preocupado por la individualista y deteriorada situación actual del planeta y por la perverseión de la conciencia de quienes lo habitamos. Y no es que mi amigo se haya retractado de sus anteriores propósitos teleologicistas, rousonianos, ilusionantes, sino al contrario, lo veo más motivado por sus propias convicciones, y más ahora, a la vista del posible Apocalipsis nuclear que atravesamos y al que gente mala quieren arrojarnos. Y me comenta cual engañado milenarista: Es bueno que todo acabe para que un nuevo ciclo comience con renovado brío.
Tal es el terror y la oscuridad que envuelven nuestros días, que mi amigo presiente que estamos al final de una era. Y de alguna manera yo también me siento identificado, identificado y escandalizado. Me cuesta trabajo estar de acuerdo con aquellos que dicen: ¡Cuanto peor mejor! Y así se lo hago entender: las profecías apocalípticas de hambre y futuras guerras nucleares, me sobrecogen, me dan miedo, me ponen los pelos como escarpias. Y mi amigo desde su confiada y espiritual creencia, intenta levantarme el ánimo, y me aclara la genuina acepción semántica de la palabra apocalipsis: Apocalipsis, amigo, significa más bien revelación y luz acerca de algo que anda escondido.
Y así entre el miedo y la esperanza nos despedimos en la noche bajo las estrellas de su huerta.
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