El bullicio -me dijiste- es mi lugar preferido.
La algarabía, el trasiego del mercado de los sábados, el tumulto del bar del Yerbero y la subasta de la lonja, el vocerío a muerte de una pelea de gallos, el olor a cuadra y a meados… incentivaban su pluma. Nunca, sino en medio del caos, las letras le dieron su mejor color y significado. Cuanto mayor ajetreo y estruendo a su alrededor, más calma y hondura reflejaban sus textos.
Ayer, domingo, se encamina al Azud de Ojós. Y en esa paz transparente, ambarina, en la soledad callada, desde un peñasco del que contempla extasiado las balsámicas parcelas de naranjos, intenta transportar en su cuaderno lo que dentro de si siente, lo que le dice el dulce sosiego, el mudo silencio de las aguas del Solvente, allá abajo en la angostura del río. Y así como antes, el fragor del ruido era la fuente de su inspiración, este embalse tranquilo trae ahora a sus ojos la sequía, la desesperación, el vacío literario.
Y frustrado de rabia tira su estéril cuaderno al río. Y en ese instante, en el mismo lugar que el cuaderno descuartizado se deshace en el agua, una muchacha vestida de novia aparece flotando como una reina mora en el pantano. Y antes que el cuerpo de la muchacha sea engullido por las compuertas del embalse, el hombre sujeta a la joven de las sedas blancas de sus velos. Tiene en la boca un beso recien dado. Sus ojos embelesados, como si lo último que viera antes de morir fuese a su adonis predilecto. De una de sus muñecas de nácar pende un bolso de tela bordada del que asoma un papel como reclamo. Las palmas de sus manos abiertas en súplica. En el dedo anular lleva su anillo de prometida confesa. Tal vez en ese papel ensortijado esté el porqué de su infortunio afortunado. Aunque una vez muerta la novia ¡qué más da que ella misma se hubiese tirado al agua, o que un novio despechado la hubiese despeñado al río! La novia no era novia de ningún mancebo encelado. Y ella tampoco se quitó la vida, despechada. Simplemente era una joven que vivía más arriba, dedicada al pastoreo de una docena de cabras de las cuales vivía en libertad y en generosa entrega a la naturaleza de este hermoso Valle de Ricote. Cada tarde llevaba a su pequeño rebaño a abrevar a los márgenes del estanque. Las aguas calientes y removidas poco a poco se embelesaron del libre corazón de la muchacha pastora.
¡Vayamos a ver al amado! -les dijo aquella tarde a su ganado Las aguas incontenidas del estanque prendáronse, en fuego convertidas, de la joven. Y el embalse abrazó de tal manera a la muchacha, que inundada de placer se fundió para siempre en la lumbre de sus aguas. Y según él mismo leyó en aquella esquela, la novia al saltar de aquel peñasco del Solvente gritó en oración contemplativa su deseo más ferviente: Más que de las estrellas y del cielo soy del agua esposa y compañera.
¡Vayamos a ver al amado! -les dijo aquella tarde a su ganado Las aguas incontenidas del estanque prendáronse, en fuego convertidas, de la joven. Y el embalse abrazó de tal manera a la muchacha, que inundada de placer se fundió para siempre en la lumbre de sus aguas. Y según él mismo leyó en aquella esquela, la novia al saltar de aquel peñasco del Solvente gritó en oración contemplativa su deseo más ferviente: Más que de las estrellas y del cielo soy del agua esposa y compañera.
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