domingo, 27 de octubre de 2024

Sé que me estoy muriendo



Estamos en otoño, tiempo para el ensimismamiento.

Las hojas-amarillas-muertas alfombran los alcorques de las moreras de la plaza Y ante esta visión no sé si esperpéntica, simbólica o romántica, el muerto en vida divaga sobre su propia muerte. Ya lo dijo no sé quién: para aprender a vivir, antes hay que morir un montón de veces.

Un día atroz. Llueve a cántaros. Siempre llueve cuando las campanas tocan a muerto. Las nubes se han conjurado, escupen chispas. Un día malo para morir. No hay día bueno para diñarla. La muerte es una injusticia. No hay muerte de calidad, muerte digna, ni buena muerte, ni santa compaña, ni leches. Los ojos se le salen al aprendiz de muerto de sus cuencas. Le falta el aire. Pide ayuda con voz desgarrada. Quieren ahogarme. Alguien le pone una careta de oxígeno. Desesperado la tira contra el suelo. Verrà la morte e avrà i tuoi occhi. (Cesare Pavese). Su ululante mano busca un enlucido donde agarrarse. No hay clavo ni pared alguna. Cual segador tras la dura jornada se limpia con los huesos del dorso de la mano el sudor frío que le quema la cara. Clama a los cuatro vientos sé que me estoy muriendo. Pero no quiere irse. Intenta levantarse, huir, escapar del sepulcro-cama, atravesar a nado hasta la otra orilla del río Segura. ¿No veis que me arrastra el Hades? ¿Nadie me va salvar de esta piraña que me come por los pies? Pegadme un tiro, antes que mi carne se muera por las dentelladas de esta mortal alimaña.

Y después de muerto, por favor, desenterrarme. Me da miedo la oscuridad. Dejadme mejor secar al viento como los pimientos choriceros.

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