lunes, 23 de septiembre de 2024

Pobres criaturas



Tengo las manos manchadas de sangre. Agangrenada el alma. El remordimiento me recome. Hoy quisiera haceros mis cómplices, y así aminorar mi pena.

No me fue fácil consumar mis crímenes. Las víctimas se me resistían. Fueron más de seis las inmoladas por mi puritana locura. Soy un asesino en serie. Las inocentes corrían delante de mí, apabulladas. Conocedores de mis aviesas intenciones se escondían por los rincones, se subían por las paredes, resguardaban su aliento, temblaban apabulladas. Cuanto mayor eran sus escaramuzas y espantadas, más yo me envalentonaba en su captura. Ellas no me habían hecho nada; al contrario, a diario, me proporcionaban todo tipo de saludables sustancias.

Sinceramente, a quien me hubiera gustado llevarme por delante es al Satán de mis desmanes, a los fríos de mi sordera, al fantasma de mis miedos, a los mercaderes del templo, a los sacerdotes de Baal, a los gerifaltes del hambre, a los ideólogos del imperio, a los señores de la guerra, al Boletín Oficial del Estado. ¡Y no a esas pobres criaturas, ellas no tenían culpa de nada! ¡Claro que fui yo en persona el autor material de estos delitos! Yo mismo fui el que les retorció el cuello, las sacrifiqué cobardemente amparado en mi fuerza bruta. Me sentí pues como ese Robert McCall, el de la película The Equalizer, el más hábil justiciero para acabar con todo tipo de maldad. Repito, mis víctimas eran inocentes. Ni un mal bicho bajo sus alas angelicales. No os cuento cómo me deshice de ellas para no haceros vomitar el almuerzo, ni avivar aún más con los detalles mis compungidos sentimientos.

¡Maldita sea la Ley del Talión que nos convirtió a todos en asesinos, ciudadanos desconfiados, inseguros! Pero el paradigma cultural dominante de repeler la violencia con más violencia fue el verdadero autor intelectual de mis tropelías regladas. Desde la Batalla de las Navas de Tolosa no hemos aprendido nada.

Aquel dichoso Real Decreto fue el que me indujo a cometer tales desmanes. Todas las aves de corral infectadas por el virus de la gripe aviar se matarán inmediatamente. ¡Echo tanto de menos mis gallinas! Sobre todo el gallo. Era un recuerdo especial de un viejo amigo, separado en la distancia. El gallo era nuestro engarce. ¡De una raza especial era el gallo! Con sus patas emplumadas y un brillo en su cola que bien emulaba la paleta de Joan Miró. ¿Quién me despertará ahora por las mañanas temprano?

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