miércoles, 17 de julio de 2024

El sueño incumplido de tu infancia




Es muy temprano, te asomas desde la ventana para contemplar la huerta, bruñida alfombra bordada de rocío, desplegada de verde ante tus ojos aún adormilados. Un terreno limpio de malezas, inmaculado como una bandeja de sabrosos presentes. No eres el único que se levanta hoy con la esperanza de encontrarse con un milagro. Hasta el más humilde de los pitecántropos, guarda un sueño por cumplir en su pordiosera andorga.

Allá, junto al sendero del agua, atisbas tintineante una estrella, un caracol resplandeciente sobre el cristalino de tu mirar lejano, desconcertado. Cuando al amanecer, el sol con sus rayos conminó a las estrellas a esconderse, una estrella, desobediente, se negó a ocultarse allá arriba en un cielo inapetente, oscuro e invisible. El fulgor y la rebeldía de esta estrella te tientan. Sales de tus aposentos. Vas en su busca. Te acompaña Simbad, el perro. Y que no se enfade el célebre marino de Las mil y una noches por haber escogido este nombre para tu animal de compañía. Fue él quien se lo robó primero al perro para auto encumbrarse con apodo tan rastreador como aventurero. Simbad sigue la pista plateada de la estrella.

El perro, en ausencia del destino, viene a tu encuentro. Sigues su rastro por la vereda de la acequia. Notas en su mirada inteligente, una insinuación presurosa. Lo que no entiendes es por qué los ojos de tu perro, siempre grises, esta mañana irradian júbilo. Llegáis hasta el mismo partidor del agua, allá donde, al resguardo de una noguera, el caudal generoso del riego se desparrama a manta por un bancal dorado de limoneros. Miras agradecido a Simbad. Sus dos orejas empinadas multiplicadas por tres forman las siete plateadas puntas de la estrella, los siete mares maravillosos del mundo.

Tan virginal ves el destello de la estrella que te sientes otra vez como aquel niño de Azulada en busca de su infancia perdida. La estrella es la misma, aquella que un día te hizo llegar corriendo a casa de tus padres con los dos cromos que te faltaban para completar tu álbum de peces. No es el dolor o el placer el motivo de tu sentimiento, sino tu mirada, la mirada atenta, refleja, una mirada que arranca desde la planta de los pies y que, pasando por el cogote, llega hasta las mismas entrañas de la cosa sentida. La mayor de las vulgaridades, contempladas con ojos que miran desde dentro, puede llegar a ser maravillosa. Y como el ciego que, hasta que no palpa con su bastón el sonido familiar de su acostumbrado sillón, te sientes impaciente.

Y es aquí mismo, al pie de la noguera de ramajes como súplicas, donde el perro se pone a escarbar diligente. Debajo de un montón de hojas secas, con sus dos patas festivas descubre, intacto y completo, tras una cuarentena de años al pairo, el viejo álbum de tu sueño olvidado. Simbad te mira y te remira, te lo presenta en muestras para que revivas y disfrutes aquel sueño incumplido de tu infancia, el álbum de tus días aquí en la huerta.

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