domingo, 7 de enero de 2024

Ética y literatura en tiempos de ruido y furia

 

El éxito es femenino e igual que una mujer: si uno se le humilla, le pasa por encima. De modo, pues, que la mejor manera de tratarla es mostrándole el puño. Entonces tal vez la que se humille será ella.

Lo peor que le puede ocurrir a un lector es confundir la vida personal de un escritor con la de sus personajes creados. Y así deduzco, por las anteriores palabras de Faulkner, que nada tiene que ver ser un icono de la literatura y, al mismo tiempo, ser persona cuestionada por una simple metáfora. Quien dijo (el buen arte puede ser producido por ladrones, contrabandistas de licores o cuatreros), tal vez callara lo que otros también dijeron: que el arte salvaría al mundo de sus cadenas, de la inhumanidad y su vileza.

El escritor no tiene por qué ser un puritano, predicador de trasnochadas costumbres pacatas nacidas del temor y la ignorancia. El atrevimiento, su sentido contra-corriente y crítico, la espada de su verbo, el inconformismo, la rebelión de sus textos y creaciones, incluso sus exabruptos… debieran ser su mejor arma contra una sociedad sometida y atávica. Tan moralizante y anti-ético suele resultar un determinado posicionamiento que su contrario. Y no estoy hablando del relativismo apologético, como tampoco de la indiferencia inteligente ante tanto desmadre machista e incultural, como por ejemplo, poner en entredicho a Miguel Hernández o a Machado.

Dice además el autor de El ruido y la furia que al escritor le recome una angustia, y que no se quedará tranquilo hasta que no se libre de ella, echándola fuera, escribiendo. Y aunque Faulkner dijera que, tan abstraído estaba en escribir, que no le importaba la vida de los demás, no es verdad. El escritor anda muy preocupado por la vida. Y así se manifiesta (un tanto de forma irónica), en su discurso, al recibir el Nobel de literatura (1949):

Nuestra tragedia actual es un temor general en todo el mundo, sufrido por tan largo tiempo que ya hemos aprendido a soportarlo. Ya no existen problemas del espíritu; sólo queda esta pregunta: ¿Cuándo moriré? A causa de ella, el escritor o escritora joven de hoy ha olvidado los problemas de los sentimientos contradictorios del corazón humano, que por sí solos pueden ser tema de buena literatura, ya que únicamente sobre ellos vale la pena escribir y justifican la agonía y los afanes.

En estos tiempos de apocalipsis, percibo un silencio literario en boca de los próceres de las letras, que me sabe a impotencia, a torpeza, a shock. ¿Será acaso el fuego, el ruido y la furia, el exceso de tanto caos petrificado y bélico, el que mantenga bloqueada nuestra imaginación, y no sepamos interpretar los gritos de un niño tonto al ver las bragas enlodadas de una niña subida en un peral?

Así pues concluyo con las palabras del mismo Faulkner con el que empecé esta entrada:

Los que se dedican a la literatura deberían escribir acerca de las eternas verdades universales, las realidades del corazón, la piedad, el amor, el sacrificio, la esperanza y la compasión. Los escritores están obligados a elegir entre el bien y el mal tarde o temprano, porque la conciencia moral se lo exige a fin de que puedan vivir consigo mismo el día de mañana.

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