Dime lo que tú dices para decir yo lo contrario.
Recuerdo aquella anécdota en la que dos compañeros, uno de ellos sordo como una tapia, asistían a una reunión en la que se debía votar un asunto relevante de la empresa de la que los dos formaban parte. El socio de dura oreja, a la hora de decir sí o no para aprobar el asunto que se debatía, le dijo a su colega de asiento: ¿Qué ha votado aquel? Te lo digo, para yo votar justo lo contrario.
Reconozco que esta misma práctica es la que yo vengo aplicando desde que vine a este mundo. ¿El bumerán de mis celos? Yo que sé. Da igual donde se coloque mi otra mitad, yo siempre seré su enemigo. Aunque los dos coincidamos sentados en la misma bancada, nunca comeremos el mismo plato. Si yo pido calamares, él pide pan con aceite y ajo. No quiero ser absorbido por su presencia, yo soy distinto, aunque para ello tenga que desdoblarme y hacer de tripas corazón. Prefiero ser un burro en contra de mí mismo que ser devorado por el egoísmo de mi alter ego.
Y en esta mañana volantera, que lo mismo llueve que sale el sol, una parte de mí quiere desayunar churros con chocolate. Y la otra, un par de huevos fritos. Se me olvidó decir que somos siameses. Nacimos con dos cabezas; pero compartimos un mismo cuerpo. Los dos tenemos nuestro corazón independiente. Cada uno tiene sus propias ideas. Yo soy un furibundo talibán fundamentalista. Y mi otra mitad, enamorado anda de una paloma blanca. Somos dos en uno a quienes el destino nos ha configurado como seres inseparables, obligados a bailar un trágico y apretado tango. Si él se comporta tierno y poético; yo muestro mi compás más borde, marcado y chulesco. Deus versus Satanás. ¡Qué magnífica comuna! Estoy cansado de cargar siempre a rastras al mismísimo diablo.
La solución no es pasar por el quirófano. ¿De qué serviría entonces nuestra rivalidad complementaria? El veterinario se niega. Dice que pondría en riesgo mi
paradójica vida siamesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario