lunes, 15 de marzo de 2021

Cosas veredes

 

Descubrí que cada gallo tiene una España y que la lleva debajo de sus plumas. Diario de un loco. (Nikolái Gogol)

Dos perros se escriben cartas. El protagonista quiere entablar conversación con uno de ellos para sonsacarle cosas de su ama, una señorita, hija de su jefe de la cual anda el loco prendado.
Anda, cuéntame todo lo que sepas sobre tu señorita, dime cómo es, y yo te juro que no se lo diré a nadie… Si pudiera ver cómo se pone una media blanca como la nieve sobre aquella pierna...
Pero el perro como buen político no dice nada. No quiere comprometerse como uno que yo me sé al ser preguntado por Évole si era de izquierdas o de derechas. Sabe el perro por Villarejo que por la boca muere el pez. Muchos son los protagonistas en la literatura que se disfrazaron de animales para comunicar mejor con las personas: El conejo blanco de Alicia, por ejemplo.

Sigo leyendo el Diario de un loco de Gogol:
Todo esto sucede porque la gente cree que el cerebro de una persona está en su cabeza; pero no es así, es el viento quien lo trae del Mar Caspio…Quizá ignore yo mismo quien soy.
Llevas toda la razón, Nikolái. El conocimiento que tenemos de las cosas no nos llega directamente, sino como un reflejo: como si a través de la mediación conociésemos mejor. Nos damos a conocer equívocamente, por no decir que falseamos instintivamente nuestra imagen; nos disfrazamos con las máscaras de los demás. Ya lo dijo el empirista Berkeley: Somos tal cual nos ven.

El loco diagnosticado no es loco, está loco. La locura no se da en grado absoluto. Todo demente tiene momentos de cordura. Y estos momentos tal vez sean los más lúcidos:
¡Qué cosas tan raras suceden en España!
Más supe yo de mi patria por lo que me contaron italianos y franceses que lo que yo mismo conocí siendo nativo y vivir siempre en este país.

Está el loco del diario de Gogol muy preocupado. El trono de nuestro país anda sin rey. Y por culpa de este vacío real el escritor de Almas muertas no puede conciliar el sueño.

Cuatro meses después, por fin una mañana se levanta eufórico el diarista:
¡Hoy es un gran día! ¡En España hay un rey!... Y este rey soy yo.
Después de terminar de leer Diario de un loco, me di cuenta del poder misterioso de la literatura. Es capaz de hacernos creer que España y la Conchinchina son el mismo país, o que el agua de las letras es el vino de la vida. Ser también sorprendidos por el cuento El príncipe y el mendigo, de Mark Twain. ¡Un loco que se creyó ser Fernando VIII! Y así dar cumplimiento al sueño de nuestra mayor locura: hablar como los animales, descubrir dentro del lobo un corazón de cordero o encontrar en la más sumisa de las reses al mayor tránsfuga político.

Para acabar este desmadrado comentario a la lectura de Diario de un loco, permitirme amañar a Gogol diciendo: cuando Murcia aspira rapé, Madrid entera estornuda.  

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