Cuenta la mitología que Osiris fue un dios fundamentalmente bueno. Enseñó a los hombres el cultivo de los cereales, la elaboración del vino y la cerveza. Junto con su mujer Isis, los dos enseñaron a las gentes de aquel tiempo, frente al salvajismo devorador de guerras y engaños, las buenas formas de la ética y tolerancia debidas. Pero como todos los dioses salvadores, también Osiris fue víctima de la maldad de su hermano Tifón. Éste, simulando una fiesta a la que también debía acudir Osiris, confeccionó con perlas, esmeraldas y maderas nobles un arcón, que en el desarrollo de un juego se convertiría en obsequio para aquel que sus medidas le vinieran ajustadas. Bien sabía Tifón, merecido acreedor de terremotos y erupciones volcánicas que dicho regalo iba ser para Osiris, pues para la fabricación de tal caja había tomado precisamente las correspondientes medidas del hermano.
Empezada la fiesta, no le dio tiempo a Osiris de comprobar su tamaño. Nada más intentar, si sus dimensiones se correspondían con las del arcón, los amigos de Tifón se abalanzaron sobre él, cerraron el cofre, soldaron bien sus juntas con plomo fundido, dejando bien sepultado dentro, el cuerpo de Osiris. Tiraron luego la caja al río.
Isis desconsolada buscaría después por todo Egipto el cuerpo de su dios y esposo. Pero antes de que Isis pudiera encontrarlo, el malvado Seth (Tifón convertido ahora en dios), troceó el cuerpo de Osiris en catorce partes. Tifón se encargó personalmente que cada una de esas partes se perdiera por los más recónditos y distantes lugares de toda la geografía existente por aquel entonces. Luego vino el duro trabajo de buscar y de recomponer el cuerpo de Osiris. Cada vez que Isis encontraba una parte del cuerpo de su queridísimo esposo, la enterraba en el mismo lugar, al tiempo que junto a su, por restablecer sepultura, iba recomponiendo con granos de cebada la figura de su dios según la porción encontrada. Posteriormente los sacerdotes, en el rito que se celebraría recordando este acontecimiento, reconocerían en cada grano de cebada el renacer de su nuevo dios fenecido.
Así, cada vez que los hombres de aquel tiempo veían rebrotar la simiente, atribuían a su dios la germinación de los cereales. El cuerpo del dios dibujado a base de granos de cebada, de nuevo volvía a renacer; por eso cada vez que los hombres del antiguo Egipto rememoraban con este rito la reactivación de cada uno de los miembros de Osiris, creían asegurar su gloriosa pervivencia más allá de los tiempos para tener garantizada su inmortalidad.
Pero la historia aquí no termina. Isis sigue como loca buscando por montes y valles, ríos y mares los desperdigados trozos del cuerpo de Osiris, sobre todo el que se correspondía con el pene de su esposo. Un dios sin falo, y más si este se hace llamar el dios de la fecundidad, es un verdadero desatino. Todo el cuerpo de Osiris ya está laboriosamente reconstruido por su esposa, a falta sólo de su miembro viril.
Pero un dios no puede carecer de la fuente de la vida. El azar fatalista de esta historia hizo que los genitales del dios cayeran al Nilo, con tan mala fortuna que el pez oxirrinco los engullera de un lengüetazo. La diosa Isis se vio por tanto obligada a simular la verga fálica de su dios con tallos vegetales. Esculpió lo mejor que pudo el pene de su marido. Con tal arte y confección, tan real quedó su composición, que una vez terminada su obra, la diosa, tan erecto y vivo sintió a su difunto dios que acopló su vagina al florecido tallo de Osiris. Isis quedó embarazada, alumbrando a su tiempo a un hijo al que llamó Horus.
Del libro El otro lado (Pág. 205-207)
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