sábado, 19 de diciembre de 2020

El crisol del silencio

 

 



Escribir y hablar al mismo tiempo es imposible. La soledad es imprescindible para la escritura. El silencio, la intimidad y la introspección son requisitos para el escritor. No se puede construir una casa sin levantar sus muros. No se puede silbar si no existe el aire. No se puede nadar en una piscina vacía. No se puede escribir con el ambiente cargado, vocinglero y chillón.

Las horas idóneas, el tiempo apropiado para tamizar el ajetreado jaleo de voces estentóreas, sin compás y sin sentido que se producen a lo largo del día, son las del amanecer. Amanecer simbólico, en su más profundo sentido. Los hay capaces de adentrarse en la quietud del alba en medio de una jauría de perros escandalosos. Antes que un sol aterrador anime las lenguaraces bocas por el sudor del mediodía, ha de buscar el que escribe un rincón insonoro para revelar el verdadero sentido de las palabras. Con las palabras ocurre lo mismo que con la fotografía. Es necesario introducirlas en el oscuro laboratorio de nuestro interior y, con el líquido revelador del silencio, poder dar vida, luz y color a las ideas y sentimientos que encierran.

Un cazador de jabalíes no irá a la plaza mayor, a la cafetería del corte inglés. Quieto, atento, desde su puesto de tiro, despojado y limpio de olores llamativos y perturbadores, esperará a su presa, como aguarda el gato al ratoncillo incauto. Tampoco un niño para lanzar su cometa se encerrará en el cuarto de los enredos de su casa.

Conviene distinguir dos tiempos en la escritura, dos momentos que entre sí andan unidos a pesar de su intrínseca incompatibilidad aparente: gestación oscura y esclarecedor alumbramiento. La palabra, como el metal precioso, requiere pasar por el crisol del silencio para ser oída.



No hay comentarios:

Publicar un comentario