No hay mal que por bien no venga. Con motivo del confinamiento y, al no poder vernos, disfrutarnos, tocarnos, abrazarnos de manera tangencial y palpable, sobre todo en estas fiestas de navidad tan entrañables, tal vez estemos ganando en algo. La irrupción en masa de los grupos de wasap, las video-llamadas, las reuniones virtuales, foros telemáticos… a pesar de las limitaciones que estos sistemas online conllevan, nos están ayudando, sino a conocernos mejor, sí, de otra manera.
Hay cosas de nosotros que antes, viéndonos cara a cara, no nos dábamos cuenta. Y ahora, ¡qué paradoja! viéndonos en la distancia, desde una nube cibernética e invisible, a través de un cacharro electrónico,… las descubrimos como más en su profundidad y sentido.
Parapetados tras la pantalla de nuestros ordenadores skypeamos, desinhibidos, sin tapujos, mostrando las intimidades de nuestra casa sin avergonzarnos de nada. Y además, desde la lejanía, nos atrevemos a compartir aquello que desde la proximidad, antes, los unos a los otros nos negábamos miserablemente. Al no ser acosados por la cercanía inmediata de la presencia del otro, es como si el corcho de nuestra botella se liberara en aras de un mayor y mutuo conocimiento.
Y al hilo de esta apreciación subjetiva y, por tanto, discutible, me viene al recuerdo aquel texto de Baudelaire, Las ventanas:
Quien mira desde afuera a través de una ventana abierta nunca ve tantas cosas como el que mira una ventana cerrada. Lo que se puede ver al sol es siempre menos interesante que lo que ocurre detrás de un vidrio. En ese agujero negro o luminoso vive la vida, sueña la vida, sufre la vida.Y así los hay que dicen que con los ojos cerrado ven hasta mucho mejor.
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