domingo, 25 de octubre de 2020

Sol a media noche

 


Cientos de murciélagos sobrevuelan su cabeza. En intrigante conciliábulo las termitas del sueño corroen despiadadamente los recovecos de su mente, no la dejan dormir. La mujer piensa en el lado malo de las cosas: que si a la hija ya no le fían en la tienda, que si el hijo no encuentra trabajo. Piensa también en su suegra viuda, allá en el pueblo, sola, no tiene nadie que le eche una mano. Y por lo que es a ella y a su marido, llevan ya varios meses sin poder pagar la renta de la casa alquilada en la que guardan sus sueños en sacos agujereados. El dueño ha presentado contra ellos demanda de desahucio. El marido tampoco logra conciliar el sueño. Los dolores del costado. El otro día se quebró una costilla al intentar enganchar desde su tejado un cable a la red eléctrica general.

Esta noche, la mujer, para escapar de las tribulaciones a las que la vigilia la tiene sometida, se acuesta dos horas antes de su hora acostumbrada. Ella cree que entre las mantas encontrará alivio para los terrores diurnos.

Pero, si durante el día sus preocupaciones fueron enormes, por la noche se le hacen insoportables. Puesto el sol, todas las puertas se le cierran, no hay salida para la esperanza. Los silencios de la noche son más estridentes que las voces a media mañana en la plaza del mercado. En la inmensidad de la noche, demonios perturbadores, lacerantes carbones encendidos, cornadas, tanto materiales como del ánimo, se multiplican por mil. Si esta mujer creyese en algo, ahora mismo se levantaría de la cama y le encendería una vela al mismísimo diablo.

Cuando uno de la pareja se desvela porque su demonio particular le está machacando el cráneo, el otro, como si los dos compartieran el mismo infierno, también se resiente. Las vueltas del insomnio de uno son las mismas para el otro. Vasos comunicantes. El mismo nerviosismo, la misma ansiedad e inquietud. Los dos andan imantados. Si uno es atacado por una descarga, eloctrocutado, lo es también el otro. A los pesares de la mujer se le suman ahora también las amarguras del marido que no cesa de quejarse.

El insomnio se alarga más de la cuenta. Son más de las cuatro de la mañana. La mujer se levanta. Sale al corral. Mira a la bóveda del cielo. La mujer espera que las alas generosas de la luna le traigan la calma. ¡Pero no! El universo entero es una batalla campal. La mujer vuelve aún más desesperada a la cama. Debe buscar el remedio por sí misma. Así como el cazador sabe muy bien dónde poner las redes al ciervo, (Ars Amatoria. Ovidio), ella debe encontrar solución a su problema. Decide pues abrazar tiernamente a su marido y encomendarse al arte de amar.

Al cuarto de hora sobrecogida fue por el sueño. Un sueño de placer, reparador y profundo. El sol a media noche. Bendito somnífero. Venus ha puesto su tienda en la cama de esta pareja. 

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