miércoles, 28 de octubre de 2020

Gavioteando a Chejov



En esta tarde de nubes tristes y enmarañadas, leo La gaviota de Chejov.

Y ya en la primera escena me encuentro filosofando sobre la pobreza a un maestro de sueldo escaso y a una hija de familia acomodada. El que se rebana metafísicamente el coco, es el de posición más baja. Anda preocupado el joven maestro porque su condición económica es impedimento para unirse en matrimonio con la muchacha. En cambio, para Mascha, la joven, tener dinero no es sinónimo de ser dichoso.

Pregunta Medvedenko, el joven maestro:

    ¿Por qué va usted siempre vestida de negro?

Contesta la muchacha:

    Llevo luto por mi vida. Soy una desgraciada.

No comprende el sorprendido maestro que los ricos pueden ser también desafortunados.

Recuerdo, (al hilo de este carácter doble, ambiguo, fluctuante y clasista del dinero), que mi abuela Pepa me contaba que en España, tras el levantamiento de Franco, la moneda republicana dejó de tener valor. Aquellos célebres duros de plata del tío sentao fueron sustituidos por las pesetas invictas del bando del dictador. Y fue así como muchos de la zona roja se acostaron ricos y, a la mañana siguiente, amanecieron sin un centavo. Lo que por lógica me lleva al silogismo contrario: gente tal vez, (¡seguro!), que se acostó siendo pobre y se despertó con sus alforjas llenas de oro. A feria vaya, que más ganancias haya. Al margen de la intencionalidad politiquera y arribista de este refrán, concluyo gavioteando a Antón Chejov:

    ¡El dinero no es todo! ¡También un pobre puede ser feliz!

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