miércoles, 14 de octubre de 2020

Si quieres saber de mí, puedes visitarme en facebook



Apenas tenía 17 años. De él se podían hacer tres cuerpos del tuyo. Lo encontraste tumbado en un banco de los jardines en medio del bochorno de una siesta en primavera. El sol-adormidera cubría su enorme y estirado cuerpo, excepto su mirada, tapiada por unas oscuras gafas de bisutería. Sabías que vivia enfrente de tu casa. Nada más. Le preguntaste su nombre, pero no pudiste retenerlo, tal vez porque no te lo dijera. Lo que sí te dio fue su dirección de facebook.

¿Quién era yo para entrometerme en la vida de aquel joven? Le preguntaste también por qué no estaba con el resto de sus compañeros que, en ese momento, jugaban al fútbol en el recinto municipal del contrafuerte del río. Estoy cansado -te dijo no exento de sorna. Tal vez lo que quiso decirte es que se sentía fatal, que le dejaras en paz. Era tan enorme su cuerpo que sus flancos se despendolaban al giro de cualquier movimiento. Se quitó las gafas y viste sus ojos rotos, como cortados por una cuchilla de afeitar. Te vino la imagen espeluznante de aquella película de Buñuel en el que una muchacha impasible, serena y fría se deja seccionar su ojo izquierdo. Tan sosegadamente apenado lo viste que te sentaste a su lado. Cada vez que en el banco te corrías hacia él, se apartaba de ti en la misma proporción que tú te acercabas. Y no es que no quisiera nada contigo, pues en todo momento que duró vuestra conversación, manifestó ser un muchacho sociable. Te dio la impresión que sentía un gran desprecio por su cuerpo. Odiaba que cualquiera lo mirara. Sus amigos lo llamaban el gordo. Y tantas veces los amigos lo humillaban (gordo por aquí, gordo por allá), que él se autoexcluía, rehuía de todo el mundo, antes que el mundo lo rechazara. El muchacho era listo y a la vez vulnerable. Te contó que su padre estaba enfermo. ¿Tú ves un bebé que ni habla, ni sabe, ni se mueve...? Pues así. ¡Ese es mi padre! Hace tiempo que una parálisis cerebral desplomó al cabeza de familia y lo convirtió en un guiñapo, como una manta vieja olvidada en la cama. La madre y los hijos no llegaban con sus recursos a cubrir sus necesidades más elementales. ¿Tu madre, ¿no trabaja? –le preguntaste. Mi madre ya tiene 57 años y no creo que le den trabajo en ningún sitio. Te dijo que todos los sábados y los domingos él se mataba a trabajar preparando y ayudando a camareros a servir mesas para celebraciones y bodas por cuatro perras. ¡De ahí tal vez tu cansancio! -le dijiste. ¡Qué va –me respondió-, yo aguanto carros y carretas! Lo que más me deprime y me tiene aquí tumbado es que, la chica que quiero, también me ha dado esquinazo. Ya ves, mi cuerpo no le gusta a nadie, salvo a quienes quieren sacarme el pringue.

Al despediros te dijo: 

    Ya sabes, si quieres saber más de mí, puedes vistarme en facebook.

El día que lo encontraste tumbado en el banco de los jardines del contrafuerte fue el viernes pasado. Hoy estamos a martes. Tú estás en tu habitación con el ordenador encendido. Notas un cierto revuelo en la calle. Te asomas por el balcón. De una de las casas de enfrente ves que sacan una camilla. En la puerta, una ambulancia espera con las puertas abiertas y las luces relampagueando amarillos a diestro y siniestro. Satisfecha tu curiosidad, te metes de nuevo en tu cuarto. Quieres ratificar el llamado de amistad de tu nuevo amigo. Entras en su muro. Te encuentras con un vídeo brutal, que él mismo se ha encargado de subir a las redes, en el que ves el cuerpo del muchacho con quien ayer coincidiste en el jardín del contrafuerte desplomarse por el disparo de una escopeta.

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