Cervantes
me sorprendió un día, no por sus ocurrencias y aventuras sabidas, celebradas y
prestas siempre a ser saboreadas de nuevo, sino por el artificio caprichoso de
unos versos combinados de tal manera que, al margen de lo que decían, me
causaron gran deleite y ganas de hacer yo lo mismo. Me refiero en concreto a
los versos ¿Quién menoscaba mis bienes? de la Primera parte del Quijote.
Cap. XXVII.
Desconsiderado,
iluso y atrevido me puse pues a imitarle cual pretencioso papagayo. Me
despreocupé, jitanjáforo aburrido y crucigramero, de ilaciones,
razonamientos y significado alguno. Y esto fue lo que salió de mi plumífero
pico de lorito tartajoso:
Qué fuertes son los ardores
de amores.
Tan grandes son nuestros duelos
por celos
que vamos haciendo a oscuras
locuras.
Así es como desventuras
sembramos con la pasión
viviendo al compás y al son
de amores, celos, locuras.
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