sábado, 2 de mayo de 2020

La primavera del libro en tiempos de confinamiento.





Me gusta ver el cuerpo desnudo de tu piel escrita en la neblina de mis ojos confinados.

El sosiego de tu libro me lleva al manantial de mi soledad donde el alma se serena acompañada. Y el dulce no hacer nada de la lectura me conduce y me seduce, absorto, a la comisura de tus labios sonrojados de tinta, a tus senos, a tus curvas de pepitas onduladas, labiales, sinuosas, lineales, fricativas... Como colibrí me agarro al polen oculto de tus reglones misteriosos. Miro tu cara, la continuada firmeza de tu trazo, de tus rasgos distendidos, y cautivado soy por tu decir melodioso y encendido.

Yo he visto fieras y basiliscos rechinar sus dientes de rabia, enjaulados, retenidos y, nada más mis ojos posarse en el redil de tus frases jugosas, las ínfulas levantiscas de su fealdad y diablura, al instante son bahía y playa de mi mejor bonanza.

Y aunque el contenido de mi lectura fuese la batalla de los mil años y un día, el relincho de los heridos, los cañonazos del odio, los sables del sinsentido, el estertor de los muertos acosados por los gusanos del coronavirus, no me asustarían lo más mínimo. Ya lo dijo Truman Capote:
El mayor placer de la lectura no es el tema que trata, sino la música que hacen sus palabras.
Si me dieran a elegir entre la vida y un libro, sin duda escogería el libro de tu cuerpo, pues pudiéndolo leer, fácil me sería entonces recrear la vida, el mundo entero que yo sueño.


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