miércoles, 22 de enero de 2020

El otro lado de las cosas





El hola sonriente de la muchacha que, sin conocerte de nada, te da los buenos días.

El aroma de la quema de la poda.

El azul del humo absorbido por el gris de un cielo sin cerrojos.

El murmullo del agua mansa de la acequia.

El ocre blanquecino del camino de la Cruz que te lleva al mediodía.

La mujer bella, por ser querida, que riega sonrojada el galán de su terraza.

Los tres amigos relajados, en camisa, habladores, tomando, entre carcajadas saludables, aceitunas y cerveza.

La palmera y el ciprés en la brisa y en la calma, apareados.

El beso prolongado de la luz y de la sombra sobre un humilde bancal de alfalfa barnizada.

La tierra recién labrada, transpuesta de humedad, con sus caballones abiertos para la siembra de la patata.

El suave aleteo de las flores blanquecinas de las matas de las habas.

Tus ojos deslumbrados por el sonido de los pies sobre el puente de madera.

La frente del hombre de piedra tumbado allá en el monte esperando que las estrellas se enciendan.

La familia al completo, incluida la abuela en su silla de ruedas, alrededor de una paella de arroz y verduras.

La platanera acartonada y seca junto al carril de los Mingotes.

El gruñir de una sierra lejana. Los gorriones a tu paso no se espantan.

El olor caliente de un establo de vacas.

El meandro del río entretenido al llegar al Llano.

El cartel de se vende de un terreno abonado de esperanzas muertas.

El mugido de un cerdo compasivo y tierno encerrado en su cochinera sin saber lo que le espera.

La siesta feliz y anticipada de un rebaño de ovejas. Su pastor, de pie, contemplativo.

El abuelo y la nieta montados en su bicicleta.

El tañido de una campana medieval tocando a muerto, a riada o a gloria por encima de la fábrica abandonada de Los Prietos.

Tu vista recreada por los gurigais de una gallina que acaba de poner un huevo.


Todo está en su sitio, como cada día cuando sales de casa. La higuera, donde estaba. Las dos tórtolas de hoy, desde los cables del tendido eléctrico, son las mismas que ayer te vieron pasar de madrugada.

Tu trayecto siendo igual de largo, ha sido más corto y agradable que el que acostumbras hacer de noche cuando regresas a casa.

De noche las horas son más largas, los perros ladran y la luna en la penumbra llora atravesada por los cuernos de la constelación de Tauro.

La muchacha que, sin conocerte, te saludó al iniciar este recorrido, se cruza de nuevo contigo. Ahora eres tú el que le devuelves la mirada. Le das las buenas tardes.

El hombre de piedra que a la ida acostado estaba en la cima de la montaña, al verte de nuevo, aparta sus ojos de las estrellas apagadas y te pregunta:
¿Por qué te cuesta menos saludar a los que no conoces que a los conocidos? 
Saliste a caminar esta mañana. Vuelves transformado, transcendido. No ha pasado nada. Las cosas siguen siendo las mismas; pero otro es su sentido.


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