martes, 28 de enero de 2020

Al alba al alba







Quiero que no me abandones,
amor mío, al alba

(Eduardo Aute)


La soledad es tremendamente posesiva. No quieres compartir con nadie el silencio del amanecer. El alba contemplado por un enjambre de amantes en celo no sería el alba, así como tampoco tú podrías estrenar su virginidad transparente estando acompañado.

La noche perezosa deja el lecho caliente de su sueño lascivo. La luz poco a poco desvela los encajes de negra seda, te muestra la pureza de su piel cencida. Su gradual y lento striptease cautiva tus ojos lujuriosos de belleza. La tierra amanece limpia, surgida de un baño de abluciones. Su corteza rezuma sensualidad por sus poros perfumados tras la lluvia de la noche.

Sobre los rojos tejados, una tenue cortina, veladura gris perla, luz alba sobre el rosado naranja. ¡Tanto tiempo que la lluvia no te visitaba! El desnivel freático de tu guitarra y tus pinceles a punto están de quebrar tu sólida estructura. De no haber llovido, la casa sin tus poemas y pinturas se hubiese venido abajo.

Antes que la aurora destape el manto oscuro de la noche, paseas silencioso por los aledaños enjardinados de tu calle en calma. Sientes un placer intenso. La piel esponjosa de la tierra te sostiene en equilibrio plácido y basculante. El deslumbramiento tenue del alba te muestra las cosas sin pecado original.

Al amanecer, la naturaleza-mujer que durante la noche se deleitó de amores, te muestra su cuerpo relajado y bello. Las sinuosidades de la carne de la tierra, sonrojada por el sofoco de su sexualidad excitante, se te ofrecen generosas. El semen de la lluvia resucita en el vientre de tu imaginación creadora señales de vida. Descartas los paisajes cercados, coloristas. El empacho fuerte y ocre de los tintes enturbian las rutinas, empachan de realismo las figuras. Prefieres los tenues velados de una acuarela visionaria sin barreras ni perfiles. La luz del alba melodiosa da el tono justo a las flores de la madrugada, a las rosas en el mar. El verde aun sin flor de las margaritas se extiende circular hacia el punto imaginario: abrirse al azul pastel de tu deseo. El agua recién caída esmalta con su brillo el césped filiforme de los parterres sonrientes. El seto de los cipreses enardecidos de la rambla rebajan tu indebida exaltación con el tupido verdor de sus sombras empinadas. Al alba no hay conatos de infartos, espectros impertinentes, reflejos asesinos.

Pero de pronto, tu embeleso desaparece sin darte cuenta. Las ventanas de los pisos de enfrente ya despiden su electrificante amarillo despertando a moradores codiciosos. El acelerado colorear chillón del bullicio de la ciudad pone patas arriba el alba.

Vas ahora como un animal en celo en busca de tu amanecer robado. Presientes que tras la noche vendrá la noche más larga. Tu ansioso caminar, te lleva enloquecido hacia una vieja casa abandonada. Y ves allí, entre las oquedades de los envarillados ramajes de un jazminero muerto, miles de buitres callados alrededor de los cinco últimos cuerpos fusilados del franquismo.

Sientes que ya no te sorprendes. Cansado de tanto buscar tus pupilas el alba, sientes que te vas perdiendo.


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