domingo, 16 de junio de 2019

Vuelta a empezar




Este Blog es una era, un molino. Por su torva pasa el grano de mis días. Las cuchillas del trillo trituran los segundos.

En el día de mi cumple Mariví, la madre de Ana, me regaló esta estilográfica. Me dijo:
Para que estampes y esculpas la eternidad del ahora que se escurre en la nada inmensa de tus años.
Mientras espero el autobús, esta pluma son las palas con las que aviento la siembra que me ofrecen mis ojos,

Nunca me gustó darle aire a la escritura, ese empaque oficialista, notarial, incunable, monacal, totémico y sombrío. Simbólico y desgajado. La tinta por un lado y la vida, aparte. Siempre quise escribir cercano y abrazado a la cotidianidad encumbrada del sencillo acontecer instantáneo, antes que su aroma se diluya enrarecido por el efecto invernadero de la indiferencia y el olvido.

La muchacha ciega en la parada del autobús cuarenta y uno. La maldita sorna de ese indeseable camarero que quiere hacerse el gracioso tocándole los huevos (sic) al pobre deficiente que vende estampas de la virgen de la Fuensanta a la entrada de la Agencia Tributaria. María, la enanita de la posada de la Paja. Manuela, la gitana guapa que descalza y desgreñada anda airosa y pobre por la plaza de Chacón, mirando su cara aceituna en los escaparates de la calle endomingada. El tímido resoplido de un aficionado flautista que deletrea con nostalgia las seductoras notas de un sueño a lo Franz Liszt…

La grandeza de lo ordinario, la bajeza de la excelencia. Subo y bajo cada día el escalón de mis huesos transportados, ese doble ir y venir desde el ático orgulloso hasta el sótano de mi casa. La vanalización de lo real. La sublimación de la vileza.

Escribir quisiera con agua clara y bien pegado a la ventana de mis gafas empañadas. Escribir para que no se cumpla lo que veo: ese viejo con sus cartones durmiendo bajo los soportales del Banco de España, el joven hallado muerto esta misma mañana en el jardín del Malecón…

Y así borrar el falso esplendor de la ridícula apariencia, horrorosamente bella de Rimbaud, esa modelo irreconocible retocada con el phothoshop de su biquini de pantera esquelética.

Sentado en un banco de la plaza de santa Isabel espero el autobús junto a esta bendita gente. Mato el tiempo con un crucigrama, el mismo de siempre, inacabado. En el Bingo de la Gran Vía, el mismo hombre de todas las mañanas, cierra los ojos para que no lo descubra su esposa. Juega y juega sin que corazón alguno le cante el premio de las tres campanas en línea de la máquina tragaperras. Pierde siempre todas las apuestas, incluso las amañadas. Pierde hasta cuando gana.

Las palomas de santa Isabel no vuelan, se arrastran, tienen el vuelo corto y el pico muy largo. ¡Ay cómo deseo que las letras de este pasatiempo se las lleve el viento!

Todos subimos ahora al urbano camino de no sé dónde. Y mañana..., vuelta a empezar.


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